

Dice el nuevo Premio Cervantes, Álvaro Pombo, que nos hemos convertido en influencers y mercachifles. ¿Saben lo peor de esto? Que he tenido que consultar qué es mercachifles. Y no he tenido dudas con influencer. Muy triste.
En una sociedad en la que cada vez todo es más individual y digital (a la par que lucha por ser sostenible, faltaría) lo cierto es que la mayor parte de las relaciones se establecen para que una mitad intente vender algo (normalmente entraría en la categoría de ‘humo’) mientras la otra mitad se deja engatusar por mágicos crecepelos y elixires con los que, en el mejor de los casos, sólo perderán (perderemos) tiempo y dinero.
Pero los mercachifles no se sacian sólo con monedas de plata. Necesitan reconocimiento, capacidad de influencia, focos que iluminen sus trabajados rostros y torsos para convertirse en arquetipos y no aparentar que son poco más que encantadores de serpientes.
Al otro lado, los ingenuos, los indecisos, los conformistas… los grises. Los que nos dejamos apabullar por el brilli-brilli. O engatusar. O engañar. Porque lo que cada vez es más infrecuente es el diálogo, la conversación o el debate en el que cualquiera podemos ser parte.
La mayoría nos entregamos las más de las veces al papel de espectador. Receptor con bajo nivel de exigencia y con enormes tragaderas. Capaces de comerse sapos mientras no requiera más esfuerzo que contemplar la pantalla o hacer scroll.
Y los mercachifles no nos venden sólo productos. También ideas. Nos dicen cómo tenemos que pensar hasta extremos en los que nos hacen dudar de si pone lo que pone en lo que leemos (por ejemplo, en la Constitución). Pero eso da para otra columna.
Ya sólo nos faltaba la inteligencia artificial para venir a constatar que cada vez delegamos más el uso de nuestras propias entendederas. Ojo, soy la primera en utilizarla como herramienta cuando encuentro un uso eficiente. Pero no dejando que sustituya mi criterio.
Leo que cada vez más gente chatea con las IA como si fueran su amigo, su pareja o su psicólogo. Si me daban miedo los buhoneros humanos, mucho más me dan estos engendros programados capaces de aprender y encajar críticas con propósito de mejorar. Y superarnos.
Da miedo, pero parece que es el camino que hemos elegido: dejar que piensen, decidan, elijan y vivan por nosotros.