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Miedo a la tormenta Miedo a la tormenta

Miedo a la tormenta

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Raquel Fuertes

Estas noches he escrito en mi cabeza fantásticas columnas fruto del duermevela entre ruido de viento, lluvia y truenos. Donde yo vivo no nieva, así que el insomnio no ha estado acompañado del amenazador sonido de la ventisca. Esos textos magníficos nunca verán la luz. De hecho, han desaparecido al llegar cada amanecer oscuro de estos días de tormenta. El enfrentarse al día a día se nos ha complicado a muchos en estos días tormentosos.

Dirán los negacionistas que esto ya pasaba antes. Que en los inviernos caían varias nevadas de un metro y que las generaciones anteriores, con menos calefacción, aislamientos, ropa térmica y comida, sobrevivieron y llegaron hasta aquí. O que para riadas la del 57. O sea, que esto es lo normal. Pues yo creo que no. Cuando era pequeña vivía en un barrio de esos en los que quedaba algún descampado y calles sin asfaltar. Y cuando llovía, pues nos poníamos unas botas de goma y un paraguas y saltar charcos. No recuerdo nada parecido a lo de ahora.

Hoy, cada vez que se cubre vamos con miedo: necesitamos el agua, la nieve, pero no así. No de esta manera. Desde las tormentas de verano en las que bajábamos al río a ver si se había llevado la palanca en Cedrillas hasta lo de ahora que en vez de una tormenta cada tarde caen tres contadas y los que vienen son los de la tele porque se lía parda.

Igual con la dichosa Gloria. Esta semana no hay conversación que no incluya un “he visto tu pueblo en la tele”. Da igual la cadena, reporteros de todas las cadenas se han quedado varados en Cedrillas sin poder avanzar y las crónicas que llegan de allí ya nos dan una idea de lo integrados que se han sentido. Vamos que, por verle el lado bueno, este año nos van a salir nuevos veraneantes.

Pero, al margen de estas imágenes que nos han hecho añorar a los que estamos lejos, también nos queda la preocupación. Esperar que no se nos hunda el tejado por el peso de la nieve. Que un vendaval no lleve las tejas. Y, lo más importante, que nadie se quede sin la atención médica que pueda necesitar. Porque, sí, algo está cambiando, y ahora da miedo la tormenta.