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Raquel Fuertes

Pocas veces llegas a tener la conciencia de que tu vida está cambiando para siempre en ese preciso instante. Se trata de momentos únicos en los que te acercas a la utopía de sentir en plenitud sin tener que recurrir al artificio y la distancia del recuerdo.

Sin ir más lejos, ayer recordaba un regreso por un camino de tierra. Era una tarde de agosto y el sol caía en un atardecer maravilloso. Como suelen serlo en los veranos de juventud. Yo iba en el asiento de atrás de un coche destartalado y dos amigos en los delanteros. Callados. En el radiocasete sonaba una cinta de Kenny G. Así, en ese instante, con aquella luz, esa música y una sensación desconocida, fue cuando supe que estaba enamorada. 

Mi mala memoria no ha conseguido borrar la emoción de ese momento aunque hayan pasado casi treinta años y mil vidas. Pero también hay sucesos que invaden abruptamente lo cotidiano y nos hacen caer en el lado del dolor y la tristeza. Recuerdo algunas llamadas, demasiadas ya, que significaron el adiós prematuro de personas muy queridas. La primera fue a punto de empezar un verano, justo después de comer. Iba hacia la cocina y sonó el teléfono. Descolgué y en ese instante se acabó mi infancia. Imagino que al ir madurando dejamos de ser tan intensos e incluimos en nuestra rutina la adaptación a acontecimientos que resultan cruciales. Y es así como acabamos viviendo a posteriori. De vivir el momento pasamos a largas digestiones que solo nos dejan ver el alcance de los sucesos una vez han pasado y cuando nada se puede hacer para influir en ellos o, simplemente, disfrutarlos.

Y, por supuesto, también tenemos la perspectiva previsional: planificación, planificación, planificación. Intentando que nada quede al azar, trazamos con tiralíneas planes y caminos que nos encorsetan dejando un mínimo espacio a la casualidad o la espontaneidad. Armados de una ficticia sensación de control intentamos que nada venga a alterar lo previsto. La vida, sin embargo, es tozuda y caprichosa. Y, por más que intentemos manejarla o analizarla según nos marque nuestra comodidad, siempre mantendrá su capacidad de sorprendernos. Como en el interminable momento de angustia que estamos viviendo y que algún día será solo un mal recuerdo. O con los buenos momentos con los que el futuro nos sorprenderá aun a nuestro pragmático pesar. Volverán.