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Raquel Fuertes

Todos los robots y entes digitales que espían mis movimientos conocen mi edad, la fecha de mi cumpleaños, quiénes son mis amigos, qué me gusta y qué me preocupa. También conocen mis lugares favoritos, dónde aparco mi coche y a veces sospecho que hasta dónde se dirigen mis sueños y anhelos.

¿A quién no le ha pasado aquello de comentar en una conversación informal que el próximo coche que se compre será eléctrico y, a partir de entonces, llenarse sus pantallas de banners y artículos de vehículos híbridos, enchufables y, si se descuidan, voladores sin conductor?

Somos conscientes de que nos vigilan y, sin embargo, continuamos con nuestras actividades peligrosas: compramos, tuiteamos, simulamos reservas de viajes que nunca haremos, chateamos, vemos galerías estúpidas de famosos más o menos casposos, intentamos descubrir qué tendencias tienen un hueco en nuestro armario o cuáles son las pócimas milagrosas para nuestra piel y las dietas infalibles para el michelín más resistente.

O sea: nuestro teléfono y nuestro ordenador nos conocen mejor que nosotros mismos. Y esto me cabrea porque en las últimas semanas mi muro me abruma con publicaciones del estilo “Los vaqueros que mejor sientan a partir de los 50”, “El armario infalible para el otoño de la mujer madura”, “Qué es lo que mejor sienta cuando pasas de 50”, “Tratamientos para mujeres maduras”… Y así todo el rato. La susceptibilidad es máxima porque, que quede claro, aún no tengo 50, y esa asignación de edad o meterme en la categoría de “mujer madura”, por mucho que sean unos robots alimentados por los datos que yo les he suministrado, me fastidia. No creo que a nadie, por muy mujer y muy madura que sea, le haga ninguna gracia verse metida en esa clasificación. Pero, erre que erre, sigo haciendo clic en todas esas informaciones que me abocan a la asunción del otoño de mi vida.

Cada uno lo vive a su manera. Desde el amante del porno hasta el apasionado por los deportes de riesgo. Todos seguimos haciendo clic y encomendándonos a Google sin pensar qué parte de nuestra alma estamos regalando al hiperespacio.

Así que no deja de fascinarme toda esa gente que no se instala la aplicación Radar Covid porque viola su intimidad. ¿En serio? Tal vez sí sea una mujer madura.