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Raquel Fuertes

A ver cómo lo cuento sin parecer una quejica profesional o una analfabeta digital. El caso es que me compré una de esas cosas en las que te gastas un dinero extra, pero pensando en el medioambiente y en el mundo que le estamos dejando a nuestros hijos se dio por bien invertido. Me enteré de que podía acogerme a una subvención para sufragar parte del gasto y recibir alguna ayuda no viene nada mal habida cuenta de la estupenda cuesta de septiembre que se vislumbra de cara a pasado mañana mismo.

La primera bofetada de realidad me la di yendo al edificio incorrecto: la delegación de la consejería que buscaba había cambiado su ubicación sin que San Google tuviera conciencia de ello. Una vez localizada la nueva oficina, nada. No pudieron darme más que unos teléfonos con los que empezó la odisea telefónico-digital. Porque nadie quería verme.

Localicé el texto de la ayuda. Corroboré cumplir los requisitos y, facturas en mano, pensé “pues nada, al registro de entrada y arreando”. Ingenua. Nadie quiere tocar nada que hayan tocado antes otras manos y ahora todos los procedimientos, por lo visto, tienen diseñado un camino digital que excluye personarse en cualquier organismo público. O no. La verdad es que me hallé confusa y perdida entre las administraciones estatal y autonómica porque para poder hacer los trámites digitales necesitaba un certificado digital. Parece obvio, ¿no? Pues no lo es tanto.

El dichoso certificado (sí, ya lo sé, debería tenerlo hace años, ahora se funciona así) daba, asimismo, varias opciones de activación: desde una videoconferencia que nunca se llegó a materializar (no sé si porque no había nadie al otro lado o porque yo estaba buceando en las aguas de mi confusión con un navegador inadecuado) hasta varios formularios en los que me aseguraban que me lo mandaban a mi casa (de la cual yo no di información, pero presupongo que lo saben todo de mí).

No llegó. En la desesperación, busqué y rebusqué una cita en la que me permitieran personarme en el algún lugar donde me dieran la dichosa clave. Y, no se lo van a creer: lo conseguí. No pude personarme para solicitar mi subvención, pero personándome he obtenido el salvoconducto para no tener que personarme en sucesivas gestiones. ¿Entelequia digital o burocracia kafkiana? Al final, aunque nadie quiera papel en los papeleos, no lo olvidemos, hubo que personarse.