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Raquel Fuertes

Salí de Cedrillas camino del Reino después de pasar mi primer invierno turolense. Aunque creo que en la planificación de mis padres no pesó tanto el clima sino como la escasez de oportunidades que ofrecía en aquellos años esa España interior, bella y dura como ninguna, que hoy conocemos como España vaciada y vivía entonces la sangría poblacional de la que aún no se ha recuperado.

Y digo que no salimos de nuestra tierra buscando mejor clima porque ¿a quién se le ocurre salir hacia Valencia a mediados de julio? Imagino que debimos pasar un verano magnífico: ese desconocido calor húmedo en pleno apogeo, mi padre trabajando sesenta horas y mi madre dedicada a mí y a un hogar en el que no se conocían modernidades como la lavadora o los pañales desechables. Pero no salimos huyendo de los -20 grados. La gente estaba (y está) acostumbrada a esos fríos. A las nieves y a los hielos. Y a ser previsores por si había semanas de aislamiento. Mi padre vivía en una masada, y para ir a escuela debía ir campo a través durante kilómetros. También con nieve. Y sobrevivieron. Y hasta cuentan que eran felices.

Cuando Filomena ha abanderado la continuidad de la condena de 2020 (mi meme favorito es el de 2021 diciéndole a 2020 “Sujétame el cubata”, y solo llevamos dos semanas) en forma de nevada histórica nos hemos destapado como lo que realmente somos: envidiosos antiempáticos encabronados. Entre regiones, entre partidos, entre rurales y urbanos… Todos apelando al “yo estoy peor”, “se quejan de vicio, que sepan lo que es esto año sí y año también”, “míralos con la pala para la foto”, “míralo, saliendo del coche todo digno dos días después”, “como ha nevado en Madrid parece que no haya caído un copo en otro sitio”, “vemos que el cambio climático no afecta a la nieve en Aragón”... Por favor. Diferenciemos. Aparte de evitar tonterías y sandeces, hay que ponerse en el lugar del otro y ver tanto que los pueblos de la España vaciada sufren cada año las consecuencias de las grandes nevadas como que que ocurra algo así en Madrid es un desastre por los suministros y urgencias de una población de millones de habitantes no preparada para algo que no ocurría en décadas. Y ayudarnos. Más en plena pandemia. Empatía, sí; inquina, no. Porque, si no, de todo esto saldremos, efectivamente, regulinchi.