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Raquel Fuertes

Esta mañana he cogido un taxi y ¡horror!, me he visto cerrada en menos de dos metros cúbicos con un taxista que, a mis escasas luces y creciente presbicia, era chino. Y de todos es sabido que todos los chinos son portadores y transmisores del coronavirus.

Quien solo haya leído el primer párrafo habrá abandonado la lectura creyendo que soy una racista irredenta (por no decir de m…) y mi hija ya me habría llamado eso con lo que ahora ahorran la búsqueda de cualquier insulto más apropiado: facha. Pues no, el taxista no era exactamente chino (no se le ocurra a nadie decirle eso a un hongkonés) y me daba siete vueltas en lenguas, mundología y saber estar. En este mundo tan cargado de prejuicios que nos hemos creado para sentirnos a salvo de los demás (léase: los que no son y piensan igual que yo y que, por tanto, me pueden incomodar) es mucho más fácil pensar que esos otros nos transmiten todos los males y son seres menos inteligentes que aceptar que, como suele pasar, hay de todo en todas partes. Y que para torpes e ignorantes, muchas veces, nos bastamos y nos sobramos.

Vuelvo al taxista. Habla tres chinos (que no todo es mandarín y cada uno tiene su aquel), inglés y un español que parecía aprendido en Valladolid con giros que me han dejado patidifusa. Mientras yo me iba camino de un vuelo intraeuropeo de esos que es como si fueras a Zaragoza en tren (en día bueno, no me sean negativos) el señor me contaba cuando se fue el año pasado a ver a su hija a Canadá y luego cuando se fueron a ver a los parientes de Hong Kong. Como cuando yo me paso el verano entre Cedrillas y El Castellar, pero a lo grande.

Yo, que no hablo en los viajes (pocos me creen, pero es así), me he quedado con ganas de que diera un par de vueltas al aeropuerto, como el avión del lunes en Barajas, para que me contara más historias y me explicase bien por qué no ha considerado útil que sus hijos aprendan ningún chino (hay más de esos tres), pero hablen inglés y español como los ángeles. Seguro que hay mucha sabiduría detrás de esa elección. De verdad, un apasionante tratado sobre la vida del que podría aprender cualquiera. Sin prejuicios.