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Suplente Suplente
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Raquel Fuertes

¿Qué? ¿Ya les ha llegado? A mí, sí. Soy, nada más y nada menos, suplente de vocal el 23 J. Cero glamour. Soy consciente.

La verdad, siempre me ha hecho ilusión esto de ver los entresijos de la democracia desde el momento inicial. Comprobar en qué consiste lo del recuento, ver con qué talante viene la gente a votar, saber si lo del Senado es tan tostón como dicen… En fin, estar en todo el salseo. Pero este año, entre los sofocos endógenos y los calores exógenos, no me viene nada bien. Me toca en mi antiguo instituto, del que salí hace más de 30 años y del que he podido comprobar en anteriores citas electorales que sigue igual que entonces. Esto es: sin aire acondicionado.

Así que teniendo en cuenta que estaremos en plena canícula y con la expectativa de 14 horas de sentada solo me queda esperar que el vocal titular esté en plenas facultades el día de autos y que pueda marcharme a mi casa a disfrutar del aire acondicionado ya que del fin de semana ni hablamos.

Desde luego, estamos ante un claro ejemplo de problema del primer mundo. Pero que levanten la mano todos los que tienen objeciones de semejante calado (las hay de mucha más enjundia, por favor, vean el tono de humor) y que ya han sido llamados a filas.

Y es que el verano (sea en la Galicia pandémica de Feijóo o en la España canicular de Sánchez) está para otra cosa. Es tiempo de perder el tiempo. De disfrutar de no hacer nada. De machacarse con deportes en otro momento impracticables. De salir con los amigos. De tumbarse al sol. De dejarse llevar por las olas. De ver mundo. De cocinar. En definitiva, de gozar. Con todas las letras.

Y ahora tenemos ahí, en medio, la tacha del 23. Es como cuando te ponen la cita del dentista o del urólogo en mitad de las vacaciones y te toca ir a Valencia o a Zaragoza a comprobar el calor de la capital en mitad de tus días en el pueblo.

En fin, que no quedaba otra y que la tortura hasta diciembre hubiera sido épica para el Gobierno, pero como suplente les pido que la próxima vez elijan un aburrido domingo de noviembre o un insulso día de febrero. Que el verano no se toca.