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Juanjo Francisco

No pude evitar una sonrisa ciertamente cínica cuando el pasado viernes por la mañana escuché en una emisora de radio, en una programación informativa de alcance nacional, un comentario relacionado con el conflicto de los bienes de Sijena.
Aunque no se sea periodista, cualquier aragonés con cierta inquietudes por estar informado sabe que hace mucho tiempo que hay un litigio con los vecinos catalanes a cuenta de los bienes sacros que fueron sacados al inicio de la Guerra Civil del monasterio oscense que les da nombre. Desde que estalló el conflicto del procés, todo lo relacionado con Cataluña se ha magnificado de manera importante y mirá por dónde, esta disputa aragonesa-catalana ha pasado a un primer plano informativo fuera de las fronteras de ambas comunidades. Hasta ahí, todo normal. Pero la cosa se está calentando tanto que los bienes y las obras de Sijena, a ojos de la prensa nacional, ya no son tales, son un tesoro con todas las letras. Así denominan los medios nacionales al conjunto de piezas que reclaman los aragoneses. No hay mayor magnificencia sobre el particular que utilizar la palabra tesoro.
Con ello se incrementan a mi juicio todas las expectativas alrededor del problema. Aparece el tinte morboso e incluso misterioso. Por fín todo el mundo se ha fijado en este embrollo.
Ahora vendrá la realidad pura y dura. Cuando escribo estas consideraciones es viernes por la noche y, en el momento de poder leer estas líneas será el lunes 11 de diciembre , fecha señalada por el juez para sacar las obras del Museo de Lleida y trasladarlas a Huesca.
Si todo fuese normal, la jornada tan esperada en Aragón transcurriría sin problemas pero, tratándose de Cataluña, ya nada es normal.
Por lo pronto en los medios de comunicación de ámbito catalán ya se hablaba de la decisión judicial como de una humillación por venir. Y es lastimoso escuchar esto, precisamente en una comunidad que sí sabe de humillaciones de todo tipo, también procedentes de Cataluña. Sean un tesoro o no, las piezas de Sijena se han convertido ya, no en un símbolo, sino en bandera política. Y eso también es penoso.