El Nobel de Economía Ronald H. Coase dijo una vez: "tortura los datos lo suficiente y te confesarán lo que quieras". El común de los mortales no hemos aprendido mucho más del premiado economista, pero esto nos lo grabamos a fuego, y lo aplicamos cada vez que queremos demostrar o imponer a los demás algo que nuestra opinión ya nos ha confirmado.
Así las cosas, llega el informe PISA y empieza la carrera por interpretar los resultados de sus pruebas según nuestros intereses (solo hay que echar un vistazo a los titulares de los principales medios de comunicación). Lo peor, seguramente, es que estamos tan acostumbrados a leer las cifras de esta manera que no nos damos cuenta de que lo que esta vez retorcemos es el futuro de nuestros hijos. Los resultados obtenidos por los estudiantes españoles en matemáticas, ciencias y comprensión lectora son los peores de toda la historia y, sin embargo, estamos más cerca que nunca de la media de los países participantes: 81 en total.
El informe que acabamos de conocer evalúa el funcionamiento de los diferentes sistemas educativos durante la pandemia. Sin embargo, la propia OCDE explica que la covid simplemente agudizó problemas que venían de lejos, como falta de recursos o menor implicación de las familias en la educación de sus hijos. Pero no todo es la ley, la renta per cápita del país o el porcentaje que destina a educación (véase el caso de Estonia). Por ejemplo, un mercado laboral que elige a sus trabajadores entre los mejor formados, y no entre quienes más contactos tienen, es por sí mismo un magnífico elemento de presión para mejorar el sistema educativo, y una pieza de este complicado puzle que en España ni contemplamos. La mayor repercusión de este informe en nuestro país la encontramos en las tertulias, mediáticas o particulares, y no en las conclusiones que deberíamos extraer y aplicar. Antes de arrojarle al contrario a la cara el dato que demuestre que tenemos razón deberíamos buscar nuestro sitio dentro del sistema educativo y volver a leer el informe.