

Mientras nos obligaban a mirar al Vaticano, Byung-Chul Han, el filósofo más popular del mundo ahora mismo (de nuestro mundo, se entiende, que nosotros pensamos que es el de todos, pero no es así) ha recibido uno de los premios más prestigiosos de humanismo contemporáneo, el Princesa de Asturias, y casi ni nos hemos enterado. En tres semanas, no hemos tenido noticia de prácticamente nada más que de la elección de León XIV porque los medios de comunicación le han dedicado su programación casi en exclusiva.
En una de esas escasas entrevistas que concede, Han dijo una vez “necesitamos que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro”, sobre todo, añado yo, cuando ya no queda nada que decir. Si algo me ha llamado a la atención durante todos estos días ha sido cuantas veces hemos repetido lo mismo en todos los canales de televisión y radio y todos los periódicos digitales al mismo tiempo. No estoy criticando a mis compañeros, al contrario. Como trabajadora del gremio les digo que es humanamente imposible no repetirse cuando se está obligado a llenar horas y páginas más allá del sentido común. Lo que cuestiono son las directrices que obligan a hacerlo. En su obra El Enjambre, Han alerta sobre la fatiga informativa: “El exceso de información atrofia el pensamiento, la capacidad de distinguir lo esencial de lo no esencial”. “La sociedad de la información produce un exceso de información que, paradójicamente, conduce a una falta de información”. Esto último lo dijo el propio Han en su ensayo Infocracia publicado en 2022.
La sobrecarga de información nos convierte en consumidores pasivos incapaces de desarrollar un pensamiento crítico y nos deja a merced de su implacable y sutil tiranía. Y quienes piensen que estoy tirando piedras contra mi propio tejado se equivocan. Los medios de comunicación son imprescindibles para lanzarnos un flotador en el océano de información y conectividad en el que nos estamos ahogando. Los medios, eso sí, gobernados por el sentido común.