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La gran ola La gran ola
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La gran ola

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Fabiola Hernández
Y llegó la inteligencia artificial, como un tsunami, arrasándolo todo. Nos pilló jugando en la playa con las tablets y los móviles, en un día tranquilo y soleado. Dicen quienes lo han vivido, que el silencio previo a la gran ola es casi imposible de describir, que se siente en el vientre, en el mismo punto donde nos golpea la angustia, por cierto.

Desde Silicon Valley, ese lugar privilegiado de Estados Unidos donde viven las personas que no son de este mundo, que son de ese otro desde el que se gobierna el resto, nos han mandado una señal. Para que luego digamos que no nos avisaron.

El pasado fin de semana se produjo uno de los mayores terremotos que se recuerdan en el paraíso, o cuando menos, uno de los más desconcertantes: el 97% de la plantilla de una empresa llamada Openai amenazó a su consejo de administración con despedirse si no readmitían a su presidente ejecutivo, al que esos directivos habían echado unas horas antes de la compañía que él mismo fundó. Cuando fueron a buscarlo ya había fichado por Microsoft, la competencia, y a la vez la mayor accionista de Openai. Que no lo entienden, yo tampoco.

No me refiero a las transacciones empresariales (esas solo hay que estudiarlas con algo de detenimiento) si no a cómo los movimientos de las placas tectónicas que hay debajo de este terremoto van a dinamitar el mundo tal y como lo conocemos. No es que los tsumanis no avisen, es que no dejan tiempo para ponerse a salvo. Mientras nosotros colocamos la sombrilla y protector solar no prestamos atención a las señales del maremoto que nos acecha. Utópicos y fatalistas, es decir, quienes creen que la inteligencia artificial nos hará mejores y aquellos que opinan que nos destruirá se enfrascan en discusiones sobre cómo hay que regularla. Pero donde hay dinero que ganar (muchísimo, en este caso) siempre hay quien no atiende a dilemas morales. En este caso, el golpe será tan fuerte que quienes vivimos en el mundo real quizás no podamos hacer mucho más que protegernos del sol porque nada nos salvará de la gran ola.