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Siempre nieva a gusto de todos Siempre nieva a gusto de todos

Siempre nieva a gusto de todos

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Fabiola Hernández

Pocas cosas ponen de acuerdo a tanta gente. Solo eso ya es una virtud inconmensurable. Después vienen las otras. Incluso quienes añoran cada mañana una vida cálida bajo un verano perpetuo, acaban reconociendo la belleza sobrecogedora de un paisaje recién nevado. Ese silencio reconfortarte que por alguna razón real o imaginaria todos experimentamos al asomarnos a un campo blanco a estrenar.

Qué decir de los que emigraron obligados cerca del mar y retienen en la memoria los inviernos de su infancia en las estepas turolenses. Hasta los sabañones de aquellos años cincuenta y sesenta han sido recubiertos con una liviana capa de nostalgia en los relatos de las grandes nevadas que los abuelos siguen contando a las nuevas generaciones. ¡Ya no nieva como antes! Ni los niños trabajan como antes ni tienen que cambiar la escuela por los arados ni pasan calamidades como antes. Sin embargo,  la nieve se mantiene a salvo de los penosos recuerdos que tantas veces atormentan la memoria de los mayores.

Se tiraban por las cuestas con un trineo hecho con sacos o con sus propios pantalones, se dejaban alcanzar por las bolas esperando que no tuvieran piedras dentro, se refugiaban en casa exhaustos, mojados y helados, igual que ahora. La nieve les daba, sobre todo, tiempo para ser niños.

Hoy, legiones de esquiadores mucho mejor pertrechados que nuestros padres y nuestros abuelos, eso sí, se dirigen por fin a las montañas en busca de la adrenalina y la emoción infantil que suspenda por un tiempo sus vidas adultas, por lo menos, mientras se deslizan por las pistas.

Miles de profesionales de hoteles, restaurantes, comercios y estaciones que han hecho de la nieve su vida les esperan con los brazos abiertos. Y todos mirando al cielo. Dejando su sustento y su felicidad en manos de las nubes y los vientos de norte, asumiendo la evidencia de que no pueden contralarla. Quizás por eso nos relaje. Abríguense y disfruten. Nieva.