

Abel Martín, figura clave en el arte español del siglo XX, Hijo Predilecto de Mosqueruela
Junto con Eusebio Sempere, está considerado uno de los introductores de la serigrafía en el paísEl dominio del arte óptico de Sempere, en ‘Sus diez carpetas de serigrafías’
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El artista Abel Martín Calvo (Mosqueruela, 1931-Madrid, 1993) es, desde este jueves, Hijo Predilecto de Mosqueruela a título póstumo, por ser “uno de los artistas contemporáneos de la segunda mitad del siglo XX más reconocidos en España, con obras en lugares como el Museo de Arte Abstracto Español o la Fundación Joan March”, como recordó la alcaldesa, Alba Lucea, durante el acto que se celebró en el Ayuntamiento.
Durante el reconocimiento a Martín, el salón de planos se llenó de público entre el que no faltaron críticos de arte y también familiares del propio Abel Martín. Tanto Javier Martín como Santiago Martín participaron en el homenaje público.
El reconocimiento llega pocos días después de que se inaugurase en el Torreón de San Roque de la localidad la exposición de Luis Torres y Eusebio Sempere, dos autores muy vinculados a Mosqueruela y al propio Abel Martín. Martín fue gran amigo de Sempere y trabajaron juntos en numerosas ocasiones. También se expone en Mosqueruela, en la Sala de la Villa, Sus diez carpetas de serigrafías, la muestra que comparte con Puertomingalvo. Se trata de las diez carpetas serigráficas que realizó Martín con pinturas de Sempere entre 1965 y 1982. Algunas de estas piezas están consideradas como las que contribuyeron a introducir este tipo de técnicas en España.

Alba Lucea, alcaldesa de Mosqueruela, explicó en nombre del Ayuntamiento que de forma unánime se había decidido nombrar Hijo Predilecto al artista “porque ha destacado como nadie y de forma extraordinaria en diferentes ámbitos”. “Entre ellos”, concretó, “por haber sido el artista contemporáneo más reconocido a nivel nacional de la segunda mitad del siglo XX, con obras de estampación y serigrafía para museos y fundaciones de prestigio, como el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca o la Fundación Joan March. También por ser pionero en los trabajos realizados con computadora en la Universidad Complutense de Madrid entre los años 1968 y 1970, donde se llevaron a cabo las primeras obras de este tipo en nuestro país”. Todo eso combinado con una gran humanidad y humildad que le caracterizó: “En su modestia, Abel Martín decía que lo suyo era oficio y no arte”.
Santiago Martín, uno de sus sobrinos, explicó el jueves que pese a esa costumbre de definirse siempre como artesano, Abel impresionó “no ya al público y a los críticos, sino a los propios pintores con los que trabajó”.
Como explicó uno de los tres sobrinos que estuvieron en Mosqueruela, “tras volver de París empezó a hacer obra propia, serigrafiando pinturas de otros artistas. Lucio Muñoz le encargó una carpeta y fue tal la calidad que le dio que quedó impresionado. A todos los pintores del momento les encantó, y todos empezaron a encargarle que serigrafiara sus pinturas. Estaría 23 o 24 años trabajando en ello y se dejaría montones y montones de encargos sin hacer, porque no tenía tiempo para hacerlos todos y era tal su prestigio que podía elegir”.

Según Santiago Martín, trabajo con los mejores artistas abstractos desde los años sesenta, “con el mérito además que eran de estilos muy diversos, desde Gerardo Rueda a Tapies, pasando por Gustavo Torner, Vasarely... y todos le reconocían como el mejor serigrafista del momento”.
También recordó algunas anécdotas personales de Martín, como su gran inclinación creativa que mostraba todo el tiempo: “Cuando Abel Martín pasaba los veranos en Mosqueruela yo, de chaval, lo recuerdo siempre en la herrería, soldando hierros y haciendo esculturas, o en la carpintería de Luis haciendo barcos, o en la carpintería del tío Pedro Carroza... siempre estaba haciendo algo con las manos”.
Otro de los sobrinos del grabador homenajeado, Javier Martín, trazó a través de su intervención un paisaje de su trayectoria artística desde su regreso a España en los sesenta. Recordó la anécdota de cómo uno de sus primeros trabajos tras retornar fue pintar los decorados de 55 días en Pekín, rodada por Samuel Bronston en 1962 en Madrid.

“En aquellos años”, subrayó Javier Martín, “es estaban gestando alguno de los cambios más importantes que ha experimentado la pintura de nuestro país, y Abel supo estar en el centro, conocer a los pintores más importantes, como Eusebio Sempere, Antonio Lorenzo o Torner, e impresionarlos a todos con su trabajo”.
De todos los pintores quizá con quien labró una relación personal y profesional más prolija y estrecha fue Eusebio Sempere, con quien formó un tandem excelente.
Importante trayectoria
Abel Martín nació en 1931 en Mosqueruela (Teruel) y, tras trabajar en oficios como transportista y soldador, se trasladó a París en 1958. Allí aprendió serigrafía en el taller de Wifredo Arcay, y colaboró con figuras como Jean Arp y Victor Vasarely. Este aprendizaje le permitió , junto con Eusebio Sempere, introducir esta técnica en España a su regreso, convirtiéndose en uno de los principales estampadores del país y pionero en esta técnica, contribuyendo decisivamente a la difusión del arte contemporáneo en España.

Desde 1960, estableció un taller en Madrid y estampó obras fundamentales para artistas vinculados al Museo de Arte Abstracto de Cuenca, como Saura, Zóbel, Millares, Torner o Rueda. Fue crucial en popularizar la serigrafía como forma artística legítima, defendiendo que la obra gráfica debía tener el mismo estatus que la pintura u otras manifestaciones originales. Sin embargo al mismo tiempo él se definía a sí mismo como artesano, y no como artista.
Su producción como artista autónomo fue breve pero intensa. Entre 1968 y 1972 realizó únicamente unas veinte serigrafías agrupadas en tres carpetas -Metempsicosis (con textos de Tomás Marco), Musical (acompañada de partituras serigrafiadas de compositores como Ramón Barce o Claudio Prieto) y Redes (con texto de Florentino Briones)- además de piezas sueltas geométricas con influencia del cálculo digital e investigación óptica-cinética.
Desde mediados de los años ochenta, se dedicó a preservar y difundir la obra de Eusebio Sempere, organizando exposiciones y realizando catálogos.
El 6 de agosto de 1993 fue hallado asesinado en el chalet madrileño donde vivía. Se presupuso que era un crimen pasional, aunque 17 años después de su muerte se llevó a juicio a dos portugueses, acusados de acabar con la vida del serigrafista al entrar a robar a su casa. Finalmente fueron absueltos en una polémica sentencia. Hoy en día el crimen sigue sin resolver y cargado de incógnitas y aristas sin pulir.