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De la Mata Hari de Villarquemado al SIPM: espionaje y contraespionaje en la Guerra Civil De la Mata Hari de Villarquemado al SIPM: espionaje y contraespionaje en la Guerra Civil
El escritor gallego afincado en Teruel, Joaquín Barreira

De la Mata Hari de Villarquemado al SIPM: espionaje y contraespionaje en la Guerra Civil

Joaquín Barreira publica en Amazon el ensayo novelado 'A la caza y muda de espías'
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A lo largo del mes de febrero la editorial Adarve publicará Los designios de Dios en una cantimplora de agua de Joaquín Barreira, que cerrará su trilogía En pro de la concordia sobre la Guerra Civil (GCE) en Teruel -después de Cobardía culpable (2020) y Mercedes la Valencia y el Péndulo de Talión(2022)-.

Entre tanto, sin embargo, el escritor gallego afincado en Teruel ha autopublicado en KDP Amazon A la caza y muda de espías, la que es su cuarta novela y en la que, aunque fuera de la trama y los personajes que integran su trilogía, aborda también la GCE, en las semanas y meses posteriores a la definitiva caída de Teruel en manos de los sublevados, en febrero de 1938.

Lo hace desde el punto de vista del ensayo novelado, en el que la práctica totalidad de los personajes son reales y documentados, y en un ámbito que ha sido poco recreado en la novela histórica del género, el del espionaje.

La obra habla del aluvión de actividad de espionaje y contraespionaje que se desató en el Frente de Aragón cuando terminó la batalla de Teruel, y el Cuerpo de Ejército de Castilla de Varela se asentó en el cuartel general de Santa Eulalia. “El ejército republicano, atrincherado en la Línea XYZ -también conocida como Línea Matallana- estaba muy pendiente de los movimientos de fuerza por las tropas nacionales, cuando comenzó la ofensiva de Aragón”, explica el autor.

Infiltraciones

AL término del invierno de 1938 el Servicio de Información Especial Periférico (SEIP) comenzó a infiltrar espías republicanos desde las bases de Salinas del Manzano y Tejadillos, en Cuenca, o  Ademuz, trazando redes que iban de Segorbe a Daroca; al tiempo que intensificaba las acciones guerrilleras del XIV Cuerpo de Ejército desde Tragacete.

El mando sublevado respondió con el incremento de la contrainteligencia del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), creado a finales de 1937 por el general José Ungría. “Este recodo de la provincia de Teruel fue una de las zonas donde más actuó”, afirma Barreira, que sin embargo matiza que tardó meses en ser un servicio realmente eficaz: “Hasta el verano de 1938 no funcionó adecuadamente, y de hecho hasta octubre de ese año no comenzaron a llegar las detenciones en gran número”.

El SEIP republicano cumplió misiones que permitieron “tener bien controlados los movimientos de las tropas alrededor de Calatayud y Daroca, en su obsesión por conocer el avance sobre Cataluña de los nacionales”.

Una de las características del contraespionaje en este época fue el cambio de la doctrina de matar a cualquier espía capturado. “En noviembre hubo una directriz de Franco para que dejara de fusilarse a los espías y se les intentara convencer para que cambiaran de causa, para que mudaran de bando”.

La medida tenía como objetivo recabar información de los propios espías, porque entre las filas rebeldes existía el temor de que el Grupo Ponzán, dirigido por el cenetista Francisco Ponzán, realizara una operación de liberación de presos en alguna de las cárceles aragonesas. “Lo habitual fue que el SIPM les perdonara la vida a cambio de que cambiaran de bando, para infiltrarlos en las cárceles y que informaran sobre la organización de los presos”, explica Barreira.

Según el investigador y coronel de la Guardia Civil retirado, “en la masía de La Olla, en Santa Eulalia, existió un campo de prisioneros dedicado a eso. Pero en general hay que decir que tuvieron poco éxito, y solo lo consiguieron en muy pocos casos, y muy ocasionales”.

A los espías se les mataba

El escritor opina que la razón fue que “los espías sabían que si aceptaban el trato acabarían asesinados por sus compañeros. Todo el mundo sabía que a los espía se les mataba. Si de repente tras la directriz de Franco un espía era capturado y al poco tiempo era liberado, cualquiera sospecharía  que se había puesto a trabajar para el enemigo”.

Joaquín Barreira pone esa opinión en boca de uno de los personajes de la novela, un espía del SEIP detenido, en uno de los pocos elementos de ficción que tiene A la caza y muda de espías. “El libro incluye mucha documentación, y todos los nombres, fechas o sucesos narrados son históricos y documentados. En ese sentido es un ensayo”. Así, aparecen algunos de los espías más conocidos como Ramón Rufat Llop o Mónica Cruzado, espía de Villarquemado que fue conocida entre las filas sublevadas como la Mata Hari de Villarquemado.

Sin embargo hay partes del libro, como los interrogatorios, de los que no hay registro y, por tanto tengo que inventarlos, ficcionarlos siendo coherente con el contexto histórico”.

Barreira afirma que “ha sido realmente difícil documentar este libro”. “Como en casi todas las investigaciones, hasta que no coges el hilo de un buen ovillo estás en punto muerto. En este caso ese hilo que me permitió ir desenmarañando la historia lo encontré en los archivos de Salamanca, Ávila y Guadalajara”.

Más allá de los registros oficiales sobre el espionaje y contraespionaje, que no son ni abundantes ni exhaustivos, Barreira tampoco ha encontrado otras fuentes fiables.

“Existe muy poca literatura sobre espionaje, y la que hay es bastante errónea”, apunta. “El único libro interesante que he encontrado sobre espionaje en la GCE es Los dossieres secretos de la guerra civil (Argos, 1978), de Domènec Pastor i Petit. Pero contiene graves errores, entiendo que porque cuando escribió el libro los archivos estaban todavía cerrados y no tuvo acceso a información importante”.

Como ejemplo explica que esa obra del escritor y periodista especializado en asuntos de espionaje dio por muerto a Ramón Rufat, que aunque la prensa publicó su fusilamiento en 1938 y en 1940, en realidad cumplió veinte años de condena, escapando en 1958 a Francia tras fugarse durante un permiso.

Regresó a España en 1976, muerto Franco, y escribió varias obras, entre ellas Entre los hijos de la noche, premio Juan García Durán. Murió en Vilanova i la Geltrú en 1993.

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