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Paco Rallo, artista visual y diseñador: “Mi padre y yo nos hemos dado más luz que sombra” Paco Rallo, artista visual y diseñador: “Mi padre y yo nos hemos dado más luz que sombra”
El diseñador y artista visual Paco Rallo es hijo del alcañizano Francisco Rallo Lahoz. Juan Moro

Paco Rallo, artista visual y diseñador: “Mi padre y yo nos hemos dado más luz que sombra”

Concluye el centenario del nacimiento del escultor alcañizano Francisco Rallo
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Francisco Rallo Lahoz (Alcañiz 1924-Zaragoza, 2007) es uno de los escultores turolenses con mayor proyección en Aragón. Nació en Alcañiz y su esposa es de Luco de Jiloca, aunque ha desarrollado toda su carrera en Zaragoza, donde se afincó su familia siendo él muy pequeño. Su hijo Paco Rallo Gómez (Zaragoza, 1955) también es artista y se ha encargado de coordinar una serie de actos que se celebraron el año pasado en conmemoración del centenario del nacimiento del escultor, algo que ha pasado bastante desapercibido en la provincia de Teruel.

Una gran muestra titulada Infinita belleza, comisariada por Desirée Orús y que ganó el Premio Especial Ángel Azpeitia de la Asociación de Críticos de Arte de Aragón ha sido el plato fuerte de las celebraciones, que concluyeron hace unas semanas con la presentación de Komboloi, un libro de relatos -entre sus 19 autores figuran Juan Villalba o Angélica Morales- inspirados en sus obras más conocidas.

-2024 habrá sido un año muy especial para usted...

-Sí, ya lo creo. He estado prácticamente dos años trabajando en el centenario de mi padre, pero ha sido muy satisfactorio. Y que mi madre haya podido verlo, que tiene 94 años, ha sido muy bonito.

-Su padre, Francisco Rallo, nació en Alcañiz, pero emigró muy pronto con su familia a Zaragoza donde desarrolló su carrera. ¿Hasta qué punto mantuvo vínculos personales con el Bajo Aragón o la provincia?

-Bueno, hay que tener en cuenta que a los seis meses de su nacimiento mis abuelos se lo llevaron a Clermont-Ferrand, en Francia, donde trabajaban en labores agrícolas. Estuvieron allí alrededor de un año y medio y luego se instalaron en Zaragoza. Así que, en realidad puede decirse mi padre era un zaragozano nacido en Alcañiz, y sus vínculos con amigos que conservó o por trabajo los tuvo, pero no demasiado. Aunque tampoco es que en Alcañiz le hayan hecho demasiado caso.

-La última exposición importante en la provincia de Teruel sobre Francisco Rallo fue hace casi veinte años, en 2008...

-Fue al año de su fallecimiento, y se organizó una exposición importante a la que se sumó Ibercaja. No fue al Museo Camón Aznar -actual Goya- porque estaba en obras por la Expo 2008, aunque la enviaron al Museo Palacio Villahermosa de Huesca. Y esa exposición también pudo verse en la sala municipal de Alcañiz, pero fue una producción del Museo Provincial de Teruel. En este sentido hay que diferenciar Teruel de Alcañiz.

-¿Debería haberse organizado una exposición en la provincia por el centenario de su nacimiento?

-El Museo Provincial de Teruel quería haber hecho alguna cosa, tenía interés, pero nos dimos cuenta de que la exposición de 2008 prácticamente cubría su obra personal, que es lo que yo quería dar más a conocer, así que no tenía mucho sentido repetirla. Y también me llamaron de Alcañiz para hacer algo, pero no tenían un presupuesto adecuado. Las obras de mi padre no son de las que se meten en una furgoneta y te las lleva uno por 60 euros. Es necesario transporte especializado, con seguros, con la edición de un catálogo... ese tipo de cosas, que tampoco es que subieran tanto dinero, pero bueno... no tenían presupuesto, dejémoslo ahí.

-¿No siente que su padre haya sido profeta en su tierra natal?

-Bueno, una cosa es el reconocimiento y otra el trabajo. Y mi padre trabajó mucho en la provincia de Teruel. Tuvo tres altares muy importantes de su época más joven, el de La Puebla de Híjar, el de Gargallo y Fortanete, que es impresionante, con 15 metros de altura y casi 10 de ancho. Y en Alcañiz también desarrolló trabajos importantes, unas imágenes para las Dominicas y la obra emblemática que sale todos los años a procesionar, la imagen de Jesús atado a la Columna de la Hermandad de Jesús Nazareno. En Teruel ha dejado bastante obra.

-Ese altar mayor de La Puebla de Híjar, que menciona, está realizado en alabastro y el año pasado comenzó la primera fase de restauración para recuperarlo. ¿Cómo marcha el proyecto?

-Ese altar llevaba muchos años desmontado, igual 15 o 20, porque la iglesia tiene un problema de humedades, y eso para el alabastro es terrible. La empresa Metopa se encargó de reorganizar el despiece, consolidar las partes fragmentadas y embalarlo todo. La siguiente fase será reinstalarlo, pero eso se hará cuando se resuelva el problema de humedades. La idea es cambiar su ubicación dentro de la iglesia, separarlo un poco de la pared para que circule el aire. Es un proyecto que antes o después se terminará, aunque el alcalde de La Puebla está muy interesado en completar el proyecto antes de acabar la legislatura, porque lo ha abanderado él. También participa el Centro Integral para el Desarrollo del Alabastro, donde se llevaron todas las piezas para restaurarlas.

-Su padre realizó muchísima obra pública por todo Aragón. ¿Ese tipo de obra, que viene de encargos, condiciona el estilo de un artista, en el sentido de que no puede realizar una obra extrictamente personal?

-El encargo siempre está sujeto al espacio donde se va a ubicar, sea exterior o interior. Cuando mi padre hizo las fuentes de los niños con las carpas de la Plaza del Pilar, fundidas en bronce, tuvo que adaptarse al entorno: un templo enorme, con un estilo muy determinado. Aquellas piezas, muy hermosas, encajaban dentro de un concepto casi barroco. Pero en general los artistas, sobre todo los escultores, siempre han estado sujetos a los requerimientos que tiene el encargo. La escultura más de vanguardia, a partir del siglo XX, tuvo más libertad creativa, pero los escultores monumentales debían ajustar su obra al espacio que iban a ocupar. Por ejemplo, cuando le encargaron Los leones del Puente de Piedra de Zaragoza, el reto era encontrar la escala adecuada para un espacio tan abierto. Trabajó directamente con el arquitecto hasta dar con la proporción perfecta. El pedestal tiene siete metros, la figura más de tres de altura y más de cuatro de ancho. Fue una labor muy compleja.

-Y más allá de la escala el artista tiene que hacer una figura, en este caso unos leones, que se ajusten a lo que se pide. Tiene poco margen para la interpretación personal...

-Mi padre siempre preparaba sus obras con bocetos y maquetas. Nada era improvisado. Venía de una formación académica muy sólida, formó parte de los últimos escultores de esa tradición clásica que se fue perdiendo con su generación. Pero también tuvo espacios para generar su propio discurso artístico personal. En su obra hay cuatro grandes núcleos: la obra pública, la religiosa, los retratos -tengo más de cien catalogados- y la obra estrictamente personal, lo que yo llamo su autoencargo. Él se autoencargaba piezas para sus coleccionistas o para exposiciones, aunque tenía poco tiempo para eso porque vivía de los encargos. Desde los años cincuenta vivió exclusivamente de la escultura.

-¿Qué características tiene la obra más personal de su padre?

-Esa obra es la que mostramos al comienzo de la celebración del centenario de su nacimiento, en la exposición Infinita belleza del Museo Pablo Gargallo. Reúne una selección de desnudos -masculinos, femeninos y también de niños- realizados entre 1944 y 2006. Como características citaría que muchas veces tienen una relación casi arqueológica, con partes faltantes, y una estilización que busca la pureza de la figura.

-De hecho esa última exposición en la provincia de Teruel de la que hablábamos, de 2008, se tituló 'El desnudo en la escultura de Francisco Rayo Lahoz (1972-2006)'. Era un tema muy presente para él.

-Es que el cuerpo humano obsesionaba a mi padre. Él dibujaba constantemente. Podía estar viendo la retransmisión de los Juegos Olímpicos en televisión y estar dibujando a los atletas o los gimnastas, captando el movimiento. Para ser buen escultor hay que saber dibujar muy bien. Ellos dibujan de un modo distinto a los demás: dibujan el volumen, las tres dimensiones. No les importa tanto el acabado o el detalle, sino el movimiento, y con técnicas muy simples hacen verdaderas maravillas. El caso es que mi padre guardaba esos dibujos que hacía, y años después convertía alguno de ellos en escultura, en alabastro, madera, terracota, mármol o bronce. Dominaba todos los materiales, lo cual también es una rareza.

-Eso es cierto... ¿tenía alguno favorito, en cualquier caso?

-Siempre decía que la madera era muy agradecida. En obras grandes o religiosas usaba pino de Vinuesa, de Albarracín o de Canadá, de tablones altos y pocos nudos. Pero en obras personales tallaba peral, cerezo, boj o ébano: maderas duras, nobles y muy bellas al trabajarlas. Pero también le gustaba mucho trabajar el barro y luego hacer la terracota o fundir en bronce. Le daba igual un mármol negro, blanco, alabastro italiano o piedra durísima. Todo lo dominaba.

-Su padre no procedía de una familia de artistas ni acomodada. ¿Por qué cree que decidió dedicarse al arte?

-Es una pregunta complicada. Tuvo facilidad para el dibujo desde niño. Cerca de donde vivían había una fábrica de clariones, de tiza, y él cogía trozos y tallaba figuritas con una navaja: aviones, caballos, soldados… Era plena Guerra Civil, y eso era lo que veía. Cuando había bombardeos se refugiaban y él tallaba para pasar el rato. Luego, en el colegio Joaquín Costa -que se convirtió en hospital y fue trasladado a la antigua Facultad de Medicina- entró en contacto con láminas anatómicas, modelos de escayola, músculos… Eso le fascinó. Solía decir que si hubiera podido estudiar, probablemente hubiera hecho medicina, pero la vida le llevó por otros derroteros. Empezó a trabajar muy joven, cuatro días antes de cumplir 14 años, en un taller de mármoles. Hacía adornos, flores, estas cosas que hacía un aprendiz, pero viendo su habilidad y afición, le recomendaron que fuera a la Escuela de Artes. Allí ya empezó a dibujar al natural y se formó con Félix Burriel, que fue el maestro que le enseñó el oficio, y en los años cincuenta abrió su propio taller de escultura. Montar un taller entonces, en plena Zaragoza de posguerra y con cartillas de racionamiento, tuvo mucho mérito.

-Pero le salió bien.

-Sí. Le tocó de todo, restaurar altares que habían sido dañados durante la guerra civil, el de Palomar de Arroyos, por ejemplo. Y también hizo mucho arte funerario, porque aprendió muy bien a manejar el mármol. Tenía que sobrevivir y se dedicó en exclusiva a hacer todo lo que yo denomino cualquier elemento de volumetría. Nunca dio clases y nunca vendió nada a particulares, estuvo toda la vida absolutamente concentrado en su taller haciendo esculturas.

-En su caso -en el suyo de usted, no el de su padre-, ¿su vocación de artista la determinó su padre? ¿O cree que se hubiera dedicado al arte en cualquier caso?

-Yo empecé con mi padre muy joven, con 15 años. Estuve veinte años en su taller. He visto hacer muchas de sus obras y en algunas participé incluso, aplicando tonos o color. Luego estudié en la Escuela de Artes, allí conocí a gente que tenía la cabeza parecida a la mía y formé parte de un grupo muy de vanguardia, el Grupo Forma (1972-1976). Y aquí seguimos; yo tampoco he hecho otra cosa. Para sobrevivir me he dedicado al diseño, que no deja de ser otra rama del arte.

-Usted ha sido mucho más polifacético: diseñador, escultor, pintor…

-Sí, he hecho de todo. Al igual que mi padre tengo una formación sólida, pero también he realizado performance, instalaciones, exposiciones de pintura, he tocado la cerámica, el grabado…

-¿Responde eso a una visión más global del arte?

-Sí. Para mí las herramientas -incluso las informáticas- son eso: herramientas. Me da igual un pincel que un ordenador; cada cosa sirve para algo. Según el mensaje que quiera expresar, uso un medio u otro. Suele decirse de mí que soy un poco inclasificable y que vivo en una hibridad, porque para muchas personas del mundo del diseño soy un artista, y para muchas artistas soy un diseñador.

-¿Cabe hacer esa diferencia?

-En mi opinión no. La creación puede ser muy amplia, pero todo es creación.

-Pese a esa vertiente polifacética... ¿cómo se autodefiniría si tuviera que hacerlo?

-Yo siempre hablo de artista visual. El término plástico te limita a la pintura o la escultura, y ese otro de artista visual amplía el campo. Prácticamente lo único en lo que no he hecho nada ha sido la publicidad o el marketing. Me he dedicado más al diseño editorial, libros, hacer señalizaciones, identidades corporativas, cartelería... Y a nivel de obra personal siempre han dicho de mi obra que es bastante intelectual y conceptual.

-¿Ser artista e hijo de otro artista le supuso en algún momento una ventaja, o al contrario, un problema?

-Esto es como todo. En unos momentos él era mi padre, y en otros yo era su hijo. Hubo una época en que yo tenía más presencia que él, y creo que eso también le ayudó a acercarse al mundo contemporáneo. Yo diría que nos hemos dado más luz mutuamente que sombra. Y como nos llamábamos igual le dije que se quedara él con Francisco y yo con Paco, porque era un lío con las citas y las referencias (risas).

-Usted ha vivido dos grandes transformaciones: de la imagen analógica a la digital, y la irrupción de la Inteligencia Artificial generativa. ¿Cómo cree que esta última va a afectar al arte y al diseño?

-Para mí son herramientas, como cualquier otra. Pueden ser muy útiles si tienes una preparación intelectual, una serie de conocimientos y se emplean bien. Pero si no tienes conocimientos ni criterio te van a salir unas cosas horriblemente feas.

-¿Usted ha incorporado ya la IA a su trabajo?

-Algo sí, la verdad, aunque a mí me ha pillado ya un poco mayor. He empezado a hacer algunas cosas pero yo tengo una formación muy manual, y trabajo con ordenador solo para cosas puntuales, sobre todo infografías, que las concibo como pequeños collages. Pero insisto en que el resultado final, la obra, es lo que tienes dentro de la cabeza, y que cambie la herramienta con la que lo haces, o que la salida al final sea analógica o digital no es tan importante. Solo te condiciona en el sentido de que cada herramienta tiene sus virtudes y sus defectos y hay que estar abierto para aprender a emplear la máxima cantidad posible de ellas.

-¿Por vocación o por obligación?

-Tómalo como quieras. Vivimos en un mundo en constante renovación y si te despistas un poco te quedas absolutamente descatalogado. Pero ya nos pasó con la irrupción de los ordenadores. En ese momento la tecnología avanzaba muy rápido y era muy cara. Los diseñadores siempre hemos trabajado con McIntosh y constantemente salían microprocesadores nuevos, más rápidos, más potentes, y todo esto era una ruina en la que no te daba tiempo a amortizar los equipos. Hemos vivido una dictadura informática importante.

-’Poética de Viaje’ fue uno de los últimos proyectos que expuso, en 2023... ¿está trabajando en alguna nueva exposición?

-Tengo algún proyecto entre manos, porque a lo largo de los dos últimos años me he dedicado al centenario de mi padre, que terminó con la publicación de Komboloi, el libro de relatos. Ha ido muy bien, pero eso ya está cerrado y ahora toca reestructurarme y hacer un revisión mental para regresar a mi trabajo personal.

-¿Por dónde irán los tiros?

-Aún no lo tengo completamente claro. Estoy trabajando en varias cosas la vez, cosas de fotografía efímera, elementos volumétricos, collage, objeto encontrado... un conjunto heterogéneo de muchas cosas.

Escultura pública

De entre la gran cantidad de obra pública que Francisco Rallo Lahoz tiene desperdigada todo Aragón, probablemente la más conocida sean los leones de bronce que abren el Puente de Piedra de Zaragoza, el caballito de bronce -homenaje al de cartón que en su día usó el fotógrafo Ángel Cordero Gracia, donde todo el mundo se fotografía junto al edificio de la Lonja, y el globo terráqueo de hormigón que se instaló en la plaza del Pilar tras su remodelación en 1991, todas ellas en la capital del Ebro -a pocos metros de su cauce, en realidad-.

Pero Rallo tiene gran cantidad de obra en la provincia de Teruel, especiamente de arte religioso. Algunos de sus primeros trabajos fueron la restauración del altar de la Iglesia de Palomar de Arroyos y el retablo de la Virgen de la Purísima en Gargallo.

Además realizó el espectacular altar mayor de la iglesia de Fortanete, o un altar en alabastro en La Puebla de Híjar que, tras años retirado por humedades, se está restaurando actualmente.

También realizó un busto en bronce del torero Nicanor Villalta que puede verse en los jardines de la Corona de Aragón de su Cretas natal, y en Alcañiz tiene una de sus piezas más características, la imagen policromada de Jesús atado a la columna que procesiona todos los Miércoles Santos con la Hermandad de Jesús Nazareno.

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