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Simón de Monfort protagoniza ‘Sin alma’, la última novela histórica del turolense Sebastián Roa Simón de Monfort protagoniza ‘Sin alma’, la última novela histórica del turolense Sebastián Roa
El escritor turolense Sebastián Roa acaba de publicar su novena novela

Simón de Monfort protagoniza ‘Sin alma’, la última novela histórica del turolense Sebastián Roa

Simón de Monfort protagoniza ‘Sin alma’, la última novela histórica del turolense Sebastián Roa
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Si uno teclea personajes históricos malos en Google sale un listado que encabeza Adolf Hitler, seguido por Bin Laden, Saddam Hussein, George Bush hijo, Stalin, Mao Tsetung, Lenin y Genghis Khan. El listado parte de un estudio realizado en 2015 (eso explica que alguien considere personaje histórico a George Bush) por 7.000 estudiantes universitarios (eso explica el presentismo del listado) de todo el mundo.

Pero indagando un poco más, especialmente en el medievo, época abonada para los tipos con pocos escrúpulos, antes o después aparecerá el nombre de Simón de Monfort, señor de Monfort-l’Amaury, conde de Leicester y Tolosa, vizconde de Béziers y vizconde de Carcassone, muy ligado a la Cruzada contra los albigenses que decretó Inocencio III y arquetipo, en la literatura y el imaginario popular, de caballero cruel, sanguinario y fanático, capaz de quemar en la pira a cientos de personas en cada ciudad o pueblo conquistado.

Simón de Monfort es el personaje protagonista de Sin Alma (HarperCollins), la última novela del turolense Sebastián Roa, que se mete de lleno en un periodo decisivo para la historia de Aragón -Monfort fue tutor de Jaime I y sus tropas acabaron con la vida del rey aragonés Pedro II, y de paso con las pretensiones expansionistas de Aragón en el sur de Francia- para reconstruir la peripecia de un caballero que, a la luz de las fuentes históricas, no fue especialmente cruel ni sanguinario. En realidad no fue ni mejor ni peor que otros caballeros del siglo XII y XIII. “No se trata de restablecer su figura, ni de escribir un libro para convencer al lector que fuera un hombre bueno, ni de que las cosas que hizo a lo largo de su vida tenían justificación en algún sentido”, explica Roa, “sino de ponerlo en contexto y desmentir la leyenda negra que existe en torno a él, que es completamente falsa”.

Sea falsa o no, lo cierto es que a Simón de Monfort se le ha tildado desde “el multiasesino cristiano” (Revista Paradigma, 2019) hasta “genocida de los cátaros occitanos” y responsable “del asesinato y mutilación de miles de personas” (ElNacional. cat, 2022). P

Pero la realidad documental muestra que son eso son juicios capciosos y descontextualizados, que como casi todos los juicios capciosos y descontextualizados tienen una finalidad ideológica moderna, fabricada a posteriori con una intencionalidad concreta.

Tanto que esa leyenda sanguinaria que persigue a Monfort nació muchos años después de su muerte, en el siglo XIX. Sebastián Roa afirma que, como ocurre con buena parte de los personajes relevantes de la historia militar, los documentos históricos y coetáneos a Monfort hablan de él como un noble caballero recto y honesto -al estilo de la percepción que tenemos del Cid en España- o como un fanático sanguinario -ríase usted de Saladino-, según las fuentes, favorables o contrarias, que se consulten. Como siempre cuando hablamos de historia, hay para todos los gustos, que cada cual se sirva y compre la moto según su ideológica.

Pero lo cierto es que “en el siglo XIX, en Occitania (sur de Francia) se pone de moda el mundo cátaro, y se crea esa utopía avanzada, democrática y bondadosa de hombres buenos, que es completamente inventada, y que supone la pulsión identitaria que será germen del nacionalismo occitano”. Crear un enemigo malvado y despiadado contra el que unirse y enfrentarse es de Primero de Nacionalismo, y en el caso occitano la demonización de turno le tocó a Monfort.

Ante todo novela

Sebastián Roa aprovecha un episodio histórico para construir la ficción novelada que narra Sin alma. Monfort participó en la IV Cruzada pero desapareció, y durante algunos años nada se sabe de él. “Aprovecho esa laguna para inventar unos sucesos, coherentes con el pasado y que determinarán y podrían explicar lo que ocurrió en el futuro según lo que conocemos documentalmente”, explica el escritor. “Al final la novela es la historia personal de Simón, una historia que tiene que ver con su propia redención”.

Pero el que quiera conocer la verdadera historia de Monfort, la documentada con pelos y señales, tendrá que acudir a las fuentes, como las que propone el propio Roa al final de su novela, porque “querer aprender historia leyendo novela histórica es un terrible error”. Roa, autor de otras novelas históricas como la trilogía almohade publicada por Ediciones B (La loba de Al Andalus, El ejército de Dios y Las cadenas del Destino), Némesis (Harper Collins) sobre Artemisia o El caballero del Alba (Ediciones B) sobre la Leyenda de los Amantes de Teruel, siempre ha defendido que la novela histórica es ante todo novela, en la que la literatura debe de estar por encima del rigor histórico. “Lo ideal es ser fiel a ambos conceptos, pero si tengo que elegir entre literatura y rigor, me quedo con la literatura sin duda”, asegura. “Entiendo la novela histórica como una historia de ficción, atractiva y bien escrita, ambientada en un contexto histórico. El canon de la novela histórica según la cual es imprescindible mantener el rigor es absurdo, en mi opinión, y es el causante de que la novela histórica sea maltratada, porque muchas de ellas terminan siendo tochos llenas de datos, que no están a la altura ni como novela, ni como ensayo histórico”.

Portada de ‘Sin alma’, la última novela histórica escrita por Sebastián Roa

Esta convicción hace que las novelas de Roa no estén exentas de licencias, de invenciones que son coherentes y no contradicen los hechos documentados, pero invenciones al fin y al cabo. El turolense siempre añade en sus obras -esta es la novena- un anexo “donde explico lo que es histórico, lo que no lo es, y lo que pudo serlo pero no se sabe a ciencia cierta. Eso y una buena bibliografía por si el lector quiere profundizar en la figura histórica real”.

Pese a todo, Sin alma es una de las novelas más históricas de cuantas ha publicado Roa, que además tiene el mérito de coger a un personaje a destiempo, uno sobre el que han corrido ríos de tinta, especialmente durante el boom de las novelas medievales sobre cátaros y cruzadas de hace unos diez años, y reinventarlo para el lector. “Quise asumir el reto de coger un personaje que fuera popularmente conocido por ser vil, malvado y sanguinario, y ser capaz de convertirlo en mi protagonista. No quería convertirlo en el bueno, sino lograr que el lector empatizara con él y con lo que siente y padece”. Algo similar a lo que ocurrió con Némesis (Harper Collins, 2020), donde se pone en la piel de una mujer, Artemisia, para contar que “los persas no eran siempre los malos de la película, como nos contaron los griegos”.

Monfort no era una hermanita de la Caridad, pero nadie lo era en el contexto de las guerras medievales. La masacre de Bèziers tuvo lugar, aunque es muy poco probable que se saldara con los cerca de 20.000 muertos que narran algunas crónicas. “Los cronistas de la época eran muy dados a exagerar las cifras, en ocasiones hasta puntos realmente ridículos, y eso los historiadores lo saben ahora muy bien. Tenemos muchos ejemplos, sin ir más lejos las Navas de Tolosa”.

Tampoco parece cierta aquella frase de “matadlos a todos y Dios distinguirá entre quienes son suyos y no”, que supuestamente pronunció Arnaldo Amalric y Monfort siguió al pie de la letra en la toma de Bèziers, -algunas fuentes se la atribuyen al propio Monfort e incluso a Inocencio III, el Papá que llamó a la cruzada contra los herejes cátaros-.

“Esa frase no la pronunció nadie allí”, asegura Roa, “sino que la escribió varios años después Cesáreo de Heisterbach, un cisterciense alemán”, y que no recoge ninguno de los cronistas ni testigos que dejaron por escrito minuciosos relatos de la batalla.

En cualquier caso, Roa no quiere dulcificar a nadie, ni a Monfort y sus tropas francesas ni a los cátaros. “Claro que hubo matanzas, y en cada ciudad que se tomó había piras en las que ardieron cátaros. Pero es que aquello era una guerra. Esa leyenda de que las salvajadas solo las cometieron los cruzados es falsa. En ellas los albigenses (cátaros) también tomaron parte cuando pudieron”.

Roa menciona un episodio conocido, el que dice que Monfort ordenó cortar la nariz y sacarles los ojos a cien soldados tras la captura de Bram (cerca de Carcassone) en 1210, dejando a uno tuerto como guía de la patética columna hasta la ciudad de Cabaret para que se supiera hasta donde era capaz de llegar. Sin embargo es menos conocido que dicha acción, bastante execrable en cualquier caso, tuvo lugar como represalia contra Gerald of Pépieux, caballero occitano que un año antes había masacrado a parte de la guarnición y torturado y mutilado a dos caballeros cruzados, tras la toma del castillo de Puisserguier.

“En esa cruzada se rompieron muchas convenciones”, explica Roa. Ambos bandos mutilaron y torturaron no solo al populacho -algo que molestaba demasiado a nadie en aquella época-, sino incluso a los caballeros, nobles e incluso señores, algo que hasta entonces no se concebía en la guerra. “Hubo una escalada de terror en la que no se respetaba nada”, y a cada acción de unos seguía una reacción de los otros. Roa insiste: “No se trata de justificar ni a Monfort ni a la cruzada contra los cátaros... pero los albigenses tampoco se comportaron como los bonne hommes (hombres buenos) como nos ha llegado en la cultural popular del presente”.

Clave en la historia de Aragón

La novela del escritor turolense tiene especial interés para aquellos que estén interesados en la historia de Aragón, ya que Monfort y aquella cruzada que la iglesia católica y Francia comenzaron en 1209 contra los herejes cátaros tuvo una repercusión capital sobre la historia del reino fundado en 1035.

De entrada las tropas de Monfort fueron las responsables de la muerte del rey de Aragón, Pedro II, en la batalla de Muret. Este rey fue el principal aliado de los cátaros contra la coalición de Francia y el Papa Inocencio III, porque eran vasallo suyos y quería consolidar la presencia del reino en el sur de Francia. El enfrentamiento entre las tropas aragonesas y Simón de Monfort se produjo en Muret, el 12 de septiembre de 1213, cerca de Toulouse. Vencieron los franceses y además murió el rey aragonés. “No se sabe muy bien cómo fue el episodio concreto de su muerte, aunque se sabe que murió casi de inmediato”, explica Roa. “Y en esta novela esa batalla juega un papel fundamental”.

Se ha especulado mucho con que si Pedro II hubiera ganado esa batalla, quizá Aragón hubiera consolidado su poder en el sur de Francia, y se hubiera concentrado en expandirse por el reino franco en lugar de mirar hacia el sur, como efectivamente ocurrió. Pero Sebastián Roa es escéptico: “Francia era un rival demasiado poderoso para Aragón. Al año siguiente se enfrentó al Sacro Imperio y ganó. Y aguantó la guerra de los cien años. Aragón no tenía nada que hacer enfrentándose a Felipe II, y mantener mucho tiempo una frontera terrestre con Italia hubiera sido inviable. Además, el camino natural de la expansión de Aragón era hacia el sur”. Eso no significa que Muret no tuviera importancia. La muerte del rey dejó a Aragón descabezado, especialmente porque su heredero, el futuro Jaime I, solo tenía cinco años y encima vivía con Simón de Monfort, el mismo que había matado a su padre.

Y no es que fuera secuestrado ni nada por el estilo, es que Pedro II había pactado años antes la boda de su hijo Jaime con la hija de Monfort, y el bebé se fue a vivir a Carcassone. Muerte el rey, para evitar que Aragón se hundiera en el caos, la nobleza exigió a Monfort que permitiera el regreso de Jaime al otro lado de los Pirineos para hacerle rey. Monfort se negó porque veía peligrar el acuerdo que colocaba a su hija como reina consorte, y el Papa, pese a que Aragón se había enfrentado a él en la Cruzada Albigense, decidió tomar partido por ellos y exigió a Monfort que devolviera al niño. “El Papa tenía la obligación en el siglo XIII de velar por los huérfanos, y también de velar por la salud de Aragón, que a fin de cuentas era un reino cristiano”. “Inocencio III, junto a Monfort, es otra de las víctimas de la historia. Realmente no fue un Papa que tomara partido por Francia, como demuestra este episodio de Jaime. De hecho puede decirse que, históricamente, fue uno de los papas más rectos que ha habido”.

Jaime regresó finalmente a la península Ibérica, y juró las Cortes en Lérida en 1214. Por si fuera poco, también hay que tener en cuenta que Pedro II y Jaime no se llevaban nada bien. Como explica Sebastián Roa, “Pedro II odiaba a su hijo, ni siquiera le llamaba Jaime, y de hecho odiaba a su mujer, María de Montpellier, a quien llegó a repudiar”.

Se cuenta incluso que Pedro fue obligado a dejar embarazada a María para dejar un heredero al trono, siendo engañado por los nobles que le hicieron creer que la mujer que había en su cama y con la que yació era otra. Obviamente “eso solo es una leyenda, pero es una leyenda muy bonita”, explica Sebastián Roa. Tanto que habla de ella en otra de sus novelas, Las cadenas del destino.

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