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Soy madre desde hace más de cuatro años y desde entonces me he dado cuenta de que los niños lo tienen francamente difícil para encontrar su sitio en una sociedad que no los quiere ni los acepta. Cada vez hay más lugares donde los niños son rechazados: hoteles, vagones de tren, restaurantes… Me pregunto qué ocurriría si fuese cualquier otro grupo social el que fuese rechazado.

Cada vez hay más gente que no comprende lo que es ser un niño, que ha olvidado que también lo fueron y, a veces, no hace tanto tiempo que dejaron de serlo. He oído muchas veces ese comentario de: si tu hijo no sabe estar en un restaurante no lo lleves. Y también he visto muchas veces cómo los niños no aprenden a estar en los sitios porque no se les da la oportunidad de aprender, antes de que se den cuenta ya se les enchufa a la pantalla y así no dan ningún mal.

En cualquier caso la culpa siempre es de los padres, pero la verdad es que la sociedad no lo está poniendo demasiado fácil. En primer lugar no se empatiza con la infancia. Los niños lloran, gritan, juegan y no lo hacen para fastidiar, lo hacen porque son niños y no saben controlar y gestionar las emociones como los adultos. Si a las personas adultas nos cuesta responder bien a los demás cuando estamos cansadas, nos emocionamos con las sorpresas, nos inquieta lo desconocido y sentimos ansiedad… ¿cómo esperamos que una persona que hace cuatro días que no se mea en los pantalones pueda tener unas habilidades emocionales superiores a las nuestras?

En segundo lugar los padres (y en particular las madres) estamos siendo juzgadas en esas situaciones porque no estamos sabiendo controlar a nuestros hijos. Lo que quienes nos juzgan no saben es que intentamos hacerlo lo mejor que podemos. Las pantallas son una herramienta de poder que es infalible y súper rápida para callar a los niños; pero tienen unos efectos secundarios muy perjudiciales: los niños no aprenden, se les anula completamente, no solo se anula la emoción que estaban sintiendo, si no que se les anula como personas. Cuando están delante de la pantalla es que ni siquiera parece que haya una persona.

Los niños necesitan aprender y para ello tienen que vivenciarlo, necesitan experimentar y crear esquemas mentales a través, sobre todo de repeticiones. Por eso les gusta tanto repetir y repetir los juegos, cuentos e historias que les gustan y/o llaman la atención. Sin embargo la sociedad no solo no les permite experimentar, si no que les prohíbe directamente el simple hecho de siquiera observar. 

Si no les permitimos, por ejemplo, ir a restaurantes, si no viven esa experiencia por estar detrás de una pantalla; jamás se habrán enfrentado a esa situación y no van a aprender que, igual que en el resto de entornos en los que desarrollan su vida, también se deben cumplir unas normas. Por lo general, cuando a los niños les explicamos las normas con claridad (a veces hay que hacerlo más de una y más de dos veces), las aprenden y las cumplen. Puede ocurrir que la primera vez no lo logren y puede ser por muchas circunstancias: cansancio, emoción de vivir una nueva experiencia, estímulos que les activan como las luces de colores, la música animada… Puede que la situación se solucione hablando con ellos, explicándoles que las consecuencias de no cumplir las normas sean molestar a los demás, que nos llamen la atención, que nos inviten a salir... Para explicárselo hay que esperar a que esté lo más receptivo posible y abordarlo desde una situación de control. Cómo explicar las normas es otro cantar. Lo que sí es cierto es que ellos nos necesitan y no debemos privarles de eso con pantallas ni locales que no los admitan; yo me quedo con mi hijo si no le dejan entrar, pues en mis brazos todavía cabe.