El hambre, contra barrigas satisfechas
España es el país de la Unión Europea con más pobreza infantil según el último informe publicado por Unicef. Es probable que, muchos de los niños y niñas que vemos ir al colegio con sus mochilas, tengan dificultades para llevar almuerzo todos los días o tener una dieta saludable. Estos niños y niñas no pueden disfrutar de su infancia y, en el peor de los casos, no pueden desarrollar todas sus capacidades ni todo su potencial. Hay un 28% de niños en esta situación, un porcentaje más que significativo, que tiene implicaciones en la calidad de vida y que puede tener efectos a largo plazo en su salud, educación y futuro profesional.
A la contra, aumenta el poder adquisitivo de los más ricos del país, cada vez se adquieren más artículos de lujo y cada vez acumulan más riqueza. Uno de cada cuatro euros está en manos del 1% de las personas más ricas de España (según Oxfam Intermón); el 23% por ciento, casi la cuarta parte de la riqueza de nuestro país, pertenece solo a esa minoría tan acaudalada. Además, en los últimos diez años, estas cifras no han parado de crecer y, por ende, tampoco han dejado de crecer las familias que se encuentran en situaciones económicas precarias.
Esta desigualdad estructural en la que nos encontramos apunta a un aumento injustificado de los beneficios empresariales, y todo esto no puede explicarse ni por la inflación provocada por la guerra de Ucrania ni por el aumento de los precios de los costes y de la energía. Las empresas están facturando unos beneficios superiores al 55% que en los años previos a la pandemia. No lo digo yo, lo constata Oxfam Intermón: “Las empresas se están aprovechando del río revuelto de la alta inflación por los conflictos internacionales para ampliar todavía más los márgenes de beneficio”.
Esto está muy mal repartido, no podemos dejar que los niños pasen hambre o frío. Entre las causas principales de la pobreza infantil están la falta de empleo o los ingresos insuficientes de los progenitores.
Otras causas pueden ser, la falta de acceso a los servicios básicos como son la educación y la salud; la discriminación y la exclusión social, algo en lo que también somos bastante “pro”, y la falta de una vivienda adecuada, que claro, tenemos el derecho a vivir en una vivienda digna, pero a un alto precio. Es muy difícil para muchas familias poder mantener una vivienda, alimentar y educar a sus hijos.
Cuando vives en una estabilidad económica, no te das cuenta, pero hay umbrales de pobreza que hacen que te escurras a ese abismo del cual, si entras es muy difícil salir es como una pescadilla que se muerde la cola: tienes un trabajo que no se ajusta a tu conciliación familiar, buscas reducir la jornada para atender a tus hijos, pero entonces ganas menos y cada vez se hace más difícil pagar el piso, la comida... si decides trabajar más horas, el dinero que ganas se va en pagar a alguien que atienda a tus hijos, ya sea una extraescolar, una ludoteca o a una persona que los atienda... En esas situaciones en las que se va mirando el monedero siempre, se paga primero lo que apremia: alquiler o hipoteca, agua, luz, gas y otras facturas y cuando vas a la compra tienes que ir mirando las ofertas y, un buen día tienes que dejar parte de lo que ya llevabas en el carro, después comes arroz y pasta muchos días pensando que vas a conseguir salir del agujero, pero la vida sigue subiendo y el agujero cada vez es más profundo.
Esto puedo verlo, puedo imaginarlo, pero lo que no sé es qué hacer para que este neoliberalismo acuciante que nos ahoga deje de apretar. Mientras a unos les rugen las tripas de hambre, a otros les crecen bien satisfechas.
A la contra, aumenta el poder adquisitivo de los más ricos del país, cada vez se adquieren más artículos de lujo y cada vez acumulan más riqueza. Uno de cada cuatro euros está en manos del 1% de las personas más ricas de España (según Oxfam Intermón); el 23% por ciento, casi la cuarta parte de la riqueza de nuestro país, pertenece solo a esa minoría tan acaudalada. Además, en los últimos diez años, estas cifras no han parado de crecer y, por ende, tampoco han dejado de crecer las familias que se encuentran en situaciones económicas precarias.
Esta desigualdad estructural en la que nos encontramos apunta a un aumento injustificado de los beneficios empresariales, y todo esto no puede explicarse ni por la inflación provocada por la guerra de Ucrania ni por el aumento de los precios de los costes y de la energía. Las empresas están facturando unos beneficios superiores al 55% que en los años previos a la pandemia. No lo digo yo, lo constata Oxfam Intermón: “Las empresas se están aprovechando del río revuelto de la alta inflación por los conflictos internacionales para ampliar todavía más los márgenes de beneficio”.
Esto está muy mal repartido, no podemos dejar que los niños pasen hambre o frío. Entre las causas principales de la pobreza infantil están la falta de empleo o los ingresos insuficientes de los progenitores.
Otras causas pueden ser, la falta de acceso a los servicios básicos como son la educación y la salud; la discriminación y la exclusión social, algo en lo que también somos bastante “pro”, y la falta de una vivienda adecuada, que claro, tenemos el derecho a vivir en una vivienda digna, pero a un alto precio. Es muy difícil para muchas familias poder mantener una vivienda, alimentar y educar a sus hijos.
Cuando vives en una estabilidad económica, no te das cuenta, pero hay umbrales de pobreza que hacen que te escurras a ese abismo del cual, si entras es muy difícil salir es como una pescadilla que se muerde la cola: tienes un trabajo que no se ajusta a tu conciliación familiar, buscas reducir la jornada para atender a tus hijos, pero entonces ganas menos y cada vez se hace más difícil pagar el piso, la comida... si decides trabajar más horas, el dinero que ganas se va en pagar a alguien que atienda a tus hijos, ya sea una extraescolar, una ludoteca o a una persona que los atienda... En esas situaciones en las que se va mirando el monedero siempre, se paga primero lo que apremia: alquiler o hipoteca, agua, luz, gas y otras facturas y cuando vas a la compra tienes que ir mirando las ofertas y, un buen día tienes que dejar parte de lo que ya llevabas en el carro, después comes arroz y pasta muchos días pensando que vas a conseguir salir del agujero, pero la vida sigue subiendo y el agujero cada vez es más profundo.
Esto puedo verlo, puedo imaginarlo, pero lo que no sé es qué hacer para que este neoliberalismo acuciante que nos ahoga deje de apretar. Mientras a unos les rugen las tripas de hambre, a otros les crecen bien satisfechas.