

El otro día mi amiga Inés que tiene 32 años, me comento que al mirarse al espejo una mañana pensó que alguien le había cambiado la cara por la noche. Me acuerdo perfectamente de la frase que me dijo con su forma tan característica “¿Siempre he tenido esta frente brillante o es que me estoy convirtiendo en una sartén?”, y según me comentó se puso a buscar su crema de invierno, esa que hasta hace poco era su aliada, pero que ahora parecía más pesada de lo que era habitual. Al igual que ella, muchos empezamos a notar que, con el cambio de estación, nuestra piel empieza a comportarse como si también tuviera alergia al calor.
La piel, aunque nos gustaría que fuese estable y obediente, cambia con las estaciones, y la primavera-verano trae consigo más sudoración, mayor producción de sebo, sensibilidad por el sol e incluso brotes de granitos inesperados. ¿Solución? Adaptarse con alegría y un poco de estrategia.
El primer paso es entender que la hidratación no se abandona en verano. Que sude la cara no significa que esté hidratada, igual que que llueva no significa que estemos bebiendo agua. De hecho, con el calor, la piel puede perder agua más rápido, así que cambiar a texturas más ligeras -como geles o lociones- es una buena idea para no sentirnos como si nos hubieran untado mantequilla.
La exfoliación también se vuelve clave. No se trata de frotar la piel como si estuviéramos quitando la cal de la ducha, sino de ayudarla a renovar células muertas que pueden acumularse más con el sudor y los restos de protector solar. Una exfoliación suave, una o dos veces por semana, puede mejorar la textura de la piel y hacer que los productos funcionen mejor. Eso sí, nada de usar exfoliantes abrasivos el mismo día que tienes pensado tomarte el sol.
Y hablemos otra vez del protector solar, ese gran olvidado que solo se busca cuando se planea una escapada al pantano o a la playa. No, no basta con usarlo en la playa. Desde que los días se alargan y el sol empieza a asomarse con fuerza, el protector solar debe ocupar el lugar que deja el abrigo: todos los días, sin excusas. Los rayos UV no solo provocan quemaduras, sino que aceleran el envejecimiento de la piel y pueden agravar condiciones como las manchas o la rosácea.
Los jóvenes también notan los efectos del cambio de estación, aunque a veces no les presten atención. En primavera y verano, es común que su piel -sobre todo la grasa o mixta- se vuelva más brillante, con tendencia a brotes de acné o puntos negros. Los productos que funcionaban en invierno pueden quedarse cortos o ser demasiado densos, por lo que es un buen momento para revisar con ellos su rutina y enseñarles que el cuidado de la piel no tiene temporada. La piel joven también necesita limpieza, hidratación y protección solar, aunque la genética aún les permita dormir maquillados sin consecuencias (de momento).
Así que, antes de que el calor llegue de lleno y empecemos a sudar solo por pensar en salir a la calle, revisa tus productos. Cambia la hidratante densa por una ligera, añade un limpiador suave que controle el exceso de grasa, introduce una exfoliación amable y no salgas sin protector solar, aunque solo vayas a por el pan. Tu piel de agosto te lo agradecerá... y tú también cuando te mires al espejo.