

El otro día, en la consulta, entró Mateo con cara de preocupación. Se sentó, suspiró y dijo: “Doctor, creo que huelo mal. Me ducho dos veces al día, uso desodorante natural de piedra de alumbre y me cambio de camiseta tres veces. Pero la gente me mira raro en el ascensor.” Le tranquilicé. No, Mateo no olía a nada. Quizá a lavanda, si acaso. Pero mientras él sufría por un olor inexistente, ese mismo día atendí a otro paciente justo en el otro opuesto… y él, tan tranquilo.
Hablar del mal olor corporal es incómodo. No se comenta en voz alta, ni siquiera en confianza. Es como el tabú de tener espinillas en la edad adulta: todos lo sufrimos, pero nadie quiere admitirlo. Y sin embargo, entender qué es lo que huele (y por qué) puede cambiar la forma en la que nos cuidamos… y cómo olemos.
Primero, una verdad fundamental: el sudor, por sí solo, no huele mal. Es incoloro, transparente y compuesto mayoritariamente de agua con sales minerales. Tenemos dos tipos principales de glándulas sudoríparas: las ecrinas, repartidas por todo el cuerpo (sobre todo en palmas, plantas y frente), y las apocrinas, localizadas en axilas e ingles, que empiezan a funcionar con la pubertad.
Y aquí viene el giro de guion: el sudor de las glándulas apocrinas contiene lípidos y proteínas que, al entrar en contacto con las bacterias que viven en nuestra piel, se degradan… y voilà, aparece el mal olor. No es el sudor el que huele, sino el festín bacteriano que viene después.
Factores que influyen en estos aromas hay muchos: la genética, la dieta (sí, el ajo, las especias y el alcohol pueden intensificar el olor), el estrés, ciertas enfermedades o medicamentos, e incluso la ropa (las fibras sintéticas atrapan más el olor que el algodón). Y claro, la higiene diaria, que no solo elimina el sudor, sino también las bacterias que lo convierten en olor.
¿Soluciones? Muchas, pero con matices.
Primero, el desodorante y el antitranspirante no son lo mismo, aunque estén en el mismo bote del supermercado.
El desodorante combate el olor (con perfume o sustancias antibacterianas).
El antitranspirante reduce la producción de sudor, normalmente con sales de aluminio.
Ambos son seguros. Sí, has leído bien. Los antitranspirantes no causan cáncer de mama, ni Alzheimer, ni bloquean tus chakras. Estos mitos llevan años circulando, pero no hay evidencia científica sólida que los respalde. Y si alguien lo duda, que me lo pregunte después de una caminata de agosto en Teruel.
También existen opciones más naturales: bicarbonato, piedra de alumbre, aceites esenciales… Funcionan en algunas personas, no en todas. Lo importante es probar y ver qué se adapta mejor a uno mismo, sin obsesionarse. Porque, como Mateo, a veces el miedo al olor es más fuerte que el olor real.
En cambio, quienes no lo notan… deberían tener más confianza en sus seres queridos para preguntar con honestidad. Todos necesitamos, alguna vez, ese amigo que con cariño te dice: “oye, igual hoy no era el mejor día para el jersey de lana.”
Y ojo, ducharse en exceso tampoco es la solución. Puede resecar la piel y alterar su microbioma, favoreciendo más olor. El equilibrio, como siempre, está en el medio.
Como consejo lávate las axilas con agua y jabón una vez al día (dos si hace mucho calor o haces deporte), cambia de ropa interior y camiseta a diario, seca bien la piel y usa el desodorante que te funcione. No hace falta oler a perfume de lujo, basta con no oler a nada.
Y recuerda: si tienes dudas, mejor preguntar a alguien de confianza… o al médico. Aunque oler no huele, ya te digo que Mateo se fue mucho más tranquilo.