

Marina tiene 34 años, trabaja en una asesoría y lleva dos meses durmiendo poco, comiendo mal y viviendo con un nudo permanente en el estómago. En abril cerró el trimestre fiscal, en mayo su hijo pequeño pasó la varicela y en junio… su piel decidió protestar. Brotes de acné en la barbilla, rojeces en las mejillas, una descamación leve en la frente y más pelos en el cepillo que de costumbre. Al principio pensó que era una alergia, luego culpó al cambio de estación, hasta que su médico le dijo: “Tu piel está estresada. Igual que tú”.
Y es que aunque solemos pensar en el estrés como algo que afecta a la mente o al corazón, la piel también sufre sus consecuencias. No es solo una metáfora cuando alguien dice que algo “le saca sarpullido”. La piel, que a menudo tratamos como una simple envoltura, es en realidad un órgano sensorial y reactivo. Y cuando algo no va bien dentro, muchas veces se manifiesta fuera. El estrés, tan habitual como poco atendido, puede disparar una serie de hormonas como el cortisol que alteran la función barrera, debilitan las defensas cutáneas y favorecen la inflamación.
Por eso, no es raro que en épocas de tensión aparezcan o empeoren problemas como el acné, la rosácea, los eccemas o incluso la caída del cabello. El cuerpo entra en modo “alerta” y dedica menos recursos a lo que no considera esencial, como regenerar la piel o mantener el pelo fuerte. Y claro, ahí es cuando llegan las sorpresas: rojeces que no estaban, granitos inesperados o una piel que se vuelve más sensible de lo normal.
La buena noticia es que también se puede hacer algo. Para empezar, asumir que no somos robots: el estrés emocional no es una tontería ni algo que uno se quita con fuerza de voluntad. A veces basta con pequeñas acciones diarias. Cuidar mejor el sueño, moverse un poco más, volver a comer con horarios, hidratarse bien. También mimar la piel con rutinas sencillas y constantes, evitando productos agresivos y apostando por texturas suaves. Lo que no necesita una piel estresada es una rutina de quince pasos ni cambios bruscos, sino calma, consistencia y un poco de paciencia.
Y ahora que empieza el verano, tenemos una oportunidad de oro. Un paseo al atardecer, una siesta a la sombra, un baño largo sin mirar el móvil. Todo eso también es tratamiento. De hecho, muchas veces lo que más embellece la piel no está en un bote, sino en los días sin prisa.
Así que si estos meses notas que tu piel se altera, no la castigues más ni te desesperes frente al espejo. Escúchala. A lo mejor no necesita otra crema, sino que tú también bajes el ritmo. Dale vacaciones a tu piel… y a ti también.