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El murmullo El murmullo

El murmullo

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Javier Lizaga

Quería comenzar con “feliz año” y cuatro curiosidades, pero no hay manera. Los periodistas apostados en la casa de Diana Quer han hecho que me acuerde de la familia, pero de la de algún editor ignorante de las funciones de los medios públicos. No culpen, desde luego, al periodista que da la cara, como no me culpó a mí la familia de un hombre electrocutado, a quien otro jefe de informativos radiofónicos me obligó a visitar, colándome en el hospital. Tranquilos que lo único que pedí allí fueron disculpas.

Hace dos semanas tuve la suerte de que el fiscal turolense Jorge Moradell me invitase a la presentación de Mar de lija de Susana Gisbert. La autora, fiscal en Valencia, ha transformado en relatos su experiencia diaria sobre el maltrato a las mujeres. Allí se leyó Nunca dejes que el arroz se enfríe, la frase de una madre a su hija antes de un infarto y un eco en su cabeza que le obliga a rebuscar en el pasado. Descubre cómo le cambia el gesto a alguien para toda la vida. Todo a partir de un plato frio de arroz que acabó en una paliza casi mortal. 

El libro fue mejor que cuanto pudiéramos decir. Me tocó hablar de los protocolos contra la violencia machista que firman los directores de los medios. Conté cómo se incumplen punto por punto: desde la formación que nunca nos llega, a los jefecillos pidiendo que entrevistemos a vecinos y contemos detalles cuando el documento insiste en usar sólo fuentes oficiales y evitar el espectáculo.

En ese punto, una de las personas que ayuda a mujeres maltratadas nos contó cómo sufren cuando ven su caso contado con todo detalle en la prensa. Rápidamente el juez que tenía a mi lado, uno de esos casos raros de gente que ama su profesión, expuso que contar los casos es una estrategia del Poder Judicial nacional para destapar la magnitud del problema de la violencia machista. Descubrí entonces, como la hija del cuento, que estas mujeres sufren un segundo maltrato, el del murmullo. La conversación acabó cuando el juez nos llevó a la sentencia: ése es el problema, que sus propios vecinos con sus cotilleos y sus “lo que pasa es que…” acaben avergonzando a las víctimas y su familia. Por eso cuando se pregunten ¿qué podemos hacer?, mi respuesta es que cambiemos nuestra mente.