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La palabra y el destino La palabra y el destino
Ricardo Rodríguez Pina

La palabra y el destino

Texto de Victor Manuel Lacambra Gambau  / Fotografía de Ricardo Rodríguez Pina
 

No sé cómo he podido llegar hasta aquí, ni cómo he llegado. Adoro el mar. Adoro mi barca. Ella es mi pasión, y sobre todas las maravillas de este planeta, los aromas abigarrados; salitre, sudor y dimetil sulfuro que me conducen a varias décadas atrás.

Daría cualquier cosa por regresar una tarde cualquier treinta años antes. Quisiera volver a vivir aquellas sensaciones que nunca regresarán. Sería la persona más feliz del mundo, y sin embargo, estoy en el mismo lugar, justo en el mismo sitio que hace tres décadas, esperando la puesta de sol para salir, un día más, a pescar la suerte, a agarrar con mis manos peces que nunca volverán al mar.

La maresía golpea mi rostro, sin misericordia, sin respecto ni consideración. Me siento atado a estas playas, a la vertiginosa profundidad de las glorias náuticas de mis antepasados, y a las certezas por las que la vida me sigue cautivando.

De repente todo se oscureció. Como si algún técnico lumínico hubiera desconectado la luz de todo el planeta. Todo se ennegreció, de repente, como una tormenta de verano alzándose sobre el tenebroso cielo en el instante final. A lo largo de la costa las luces se fueron apagando, poco a poco. Algunos lugareños atraídos por el ruido del mar y la oscuridad fulminante fueron saliendo de sus hogares cuando estaba todo preparado para zarpar.

Ricardo Rodríguez Pina

Unas horas antes, el sol quemaba la piel de John y Betty, por eso andaban entregados mutuamente a aplicarse con denuedo crema solar en la piscina del hotel. El único hotel de aquel pequeño rincón costero. Todos los presentes tenían la piel del color de la noche, excepto ellos. Todo el pueblo tenía una percepción cierta sobre los turistas que visitaban el pueblo. John y Betty, apenas llevaban una semana en la isla, pagaban con billetes nuevos de cincuenta euros y añadían jugosas propinas mientras conversaban plácidamente en cualquier idioma con los clientes. El devenir cotidiano del verano solo se había visto alterado por aquella extraña pareja que recorría la playa de día y de noche.

Les conocí un jueves, creo, o un viernes, no recuerdo bien. Habían sido bien recibidos y estaban felices por las estrechas calles blancas, adornadas con algunas flores de ensueño.

Al presentarme ante ellos su expresión se tensó, especialmente el rostro de John. Entendí que no estimulaba que un viejo lobo de mar les examinara de arriba abajo, con cierta displicencia. Me invitaron a una copa y charlamos durante unos escasos minutos. Me interrogaron con cierta intensidad y simpatía hasta que me cansé de sus preguntas. Estaban de luna de miel y habían recalado en aquel pueblo perdido en medio de un fantasmagórico mar, o eso charloteaban por todas las esquinas.

Desde el primer momento sospeché de los dos. Sus palabras, gestos y versiones los situaba en el grupo de mentirosos compulsivos. La noche siguiente a nuestra conversación intimidatoria fui a tomar una copa al hotel del pueblo. Me situé discretamente en la terraza, apenas a un metro y medio de su mesa, más apenas escuché nada relevante. Betty había bebido más de lo que estaba acostumbrada y la embriaguez la desinhibió por completo. Miraba a los jóvenes del pueblo con curiosidad y cierta lascivia. John no se quedaba atrás; la distensión alcohólica produjo en él un efecto de ingenua superioridad con hombres y mujeres. Aunque el pueblo, en los últimos años, se había convertido en un lugar perfecto para desaparecer un tiempo y pasar inadvertido ante la mirada displicente de sus habitantes; todos ellos tenían tomadas la medida a los visitantes ocasionales.

John y Betty se fueron aproximando con sutil silencio hasta mí posición. En un primer momento, me sorprendió la demora de una conversación que esperaba hacía varias horas. Por fin.

¿Todo bien?

— Sí, todo bien — contesté sin apenas mover un músculo.

Las arrugas de John eran eternas, cruzaban su angelical aspecto de lado a lado y nadie podría determinar si reía o lloraba, si estaba a punto de empuñar un cuchillo o una pistola. Los cabellos abordaban la totalidad de su cabeza en una eterna marejadilla surcada de olas de expresión de los años vividos y vencidos.

— Estaba esperando este momento. ¿Habéis venido a lo que me imagino, no?

— Si lo sabes para que preguntas — respondió airado John, mientras Betty oteaba inquieta a un lado y otro de la mesa.

— No voy a ir con vosotros, aquí estoy bien. Soy feliz, tengo lo mismo en una mano que en otra. Esperaba no volver a veros nunca más.

— No podemos decir lo mismo, venimos a recuperar lo que nos arrebataste y nos pertenece. Haremos lo que sea necesario para recuperarlo.

Me incliné sobre mis pies y extraje de mi bota el collar.

— Aquí está, ya es vuestro, ahora quiero que os vayáis. Esta noche desapareceréis del pueblo, por la mañana estaréis muy lejos de aquí y no quiero volver a ver vuestras caras por muchos años.

— Bueno no siempre los deseos se cumplen y no es una pesadilla. Hemos estado muy jodidos desde aquel día.

— No voy a pedir perdón ni os voy a dar explicaciones sobre lo que ocurrió. Ahora me levantaré y me iré por donde he venido.

Apenas me levanté y caminé unos pasos sonaron tres o cuatro disparos a mí espalda. Seguí caminando tras recoger de la mano de John el deseado colgante.

La noche era ardorosa, hombres y mujeres siguieron bailando y bebiendo al son de la música en el hotel de la costa.

A la mañana siguiente navegué en mí barca, durante muchas horas, con mi inseparable compañera de los últimos treinta años de existencia.

* Victor Manuel Lacambra Gambau (Huesca, 1969). Autor de una novela, Tiempos de dolor (2020), seis poemarios y el ensayo Viajes y viajeros por la Sierra de Albarracín en la Editorial Dobleuve en el año 2018. Su último poemario, En un rincón de tu cabeza (2021) aborda la relación intensa entre la poesía y la música. En la actualidad se encuentra trabajando en su segunda novela.

* Ricardo Rodríguez Pina. Aficionado a las artes en general y a la fotografía en particular. Premios fotográficos en 2020: primer premio en "Enséñanos tu pueblo" y "Miradas al Bajo Aragón"; segundo premio en "Comarca del Maestrazgo" 

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