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Noventa años de historia Noventa años de historia

Noventa años de historia

Cuando en 1850 se construyó la plaza de toros antigua, de la capital turolense, en los terrenos en los que hoy se yergue la Iglesia de San León, y que, por cierto, aún acoge festejos taurinos en las fiestas del propio barrio, nadie sabía que aquella construcción cambiaría el desarrollo de la principal fiesta de Teruel: la Vaquilla del Ángel, y es que aquella plaza acogió por primera vez lo que se conocía entonces como la corrida de los ensogados, hoy, la merienda. También introdujo el traslado, e incrementó el uso de la baga.

Apenas ochenta años después, aquella plaza se consideraba en ruinas. Durante algún tiempo, los festejos se realizaron en una plaza provisional, en las inmediaciones de la antigua, y mientras se construía la nueva. La inauguración, el 30 de mayo de 1935, contó, no podía ser de otra manera, con la gran figura de la tauromaquia turolense, y uno de los matadores de toros más importantes de la historia, Nicanor Villalta, quién mató el primer toro en el nuevo coso y, además, cortó las dos primeras orejas, a un astado de nombre Calamar. Junto al mejicano Armillita Chico, quien cortó cuatro orejas, dos rabos y una pata, y a Domingo Ortega, la terna debía lidiar toros de Montalvo, que fueron desechados en el reconocimiento, entrando en su lugar una corrida de Julián Fernández. Dos días después, Miguel Cirugeda fue el primer lidiador, en este caso novillero, en pagar un tributo de sangre en las arenas turolenses, en un festejo en el que alternaba con Mariano García y El Niño de la Estrella, torero de la aldea de Mosqueruela que da nombre a su apodo, y que tomó la alternativa en Barcelona, en 1937, en la zona republicana, doctorado que, al acabar la Guerra Civil, no fue aceptado por los vencedores, volviendo al escalafón novilleril y perdiendo el nombre que tenía en el circuito.

Probablemente, aquella tarde de felicidad y festejo en la Feria de San Fernando poco hacia intuir que, apenas dos años después, la plaza de toros turolense iba a ser testigo del peor de los escenarios: la guerra fratricida entre dos facciones que hablaban la misma lengua, sufrían el mismo duelo y compartían paisanaje. Y es que el coso turolense fue testigo mudo de como las dos Españas se mataban, dejando sobre las tierras que la rodeaban la sangre que nunca debió ser derramada. Sirvió, por entonces, como cárcel o campo de concentración, tornando el ambiente para el que había sido creada en uno lúgubre y lleno de dolor.

Volvió al uso para el que estaba construida nuestra plaza en 1940. Y, desde entonces, las máximas figuras de la tauromaquia de cada generación han pasado por ella: Manolete, Aparicio, El Litri, Paquirri, El Cordobés, El Yiyo, Ojeda, Espartaco, Joselito, Ponce, José Tomás o El Juli, Morante o Roca Rey han escrito algunas de las tardes en las que la plaza de Teruel se llena de ilusión. Y es que, ya lo he manifestado en más de una ocasión, la afición turolense es más torerista que torista, concepto que, de un tiempo a esta parte, se nos mete a piñón feria tras feria.

En 2016, nuestra plaza volvió a vestirse de luto. En este caso, por el fallecimiento de Víctor Barrio, el nueve de julio, en pleno ejercicio taurómaco. Era la primera muerte de un torero en lo que iba de siglo, la primera muerte mediática, la primera que recorrió, en forma de imagen, el mundo entero, a través de las redes sociales. No recuerdo una Vaquilla más extraña. Más amarga. Fue el último, pero no el único fallecido en el coso de la calle Granada. Lucas Sánchez, recordado con cariño en nuestra ciudad, falleció tras ser prendido en el patio de cuadrillas por un toro que había sido devuelto a los corrales, y que rompió una puerta, cuando era conserje de la plaza de toros.

Ha vivido la historia de la plaza de toros de Teruel a través de los toreros de su provincia: Luis Millán "el Teruel", Justo Benítez, Carlos Sánchez o Sergio Cerezos, quien es uno de los matadores con mayor número de trofeos cortados sobre el albero turolense, han contribuido a que la fiesta perdure en la provincia, con ellos como protagonistas.

Noventa años ya. Noventa de sinsabores, de sufrimiento, de guerra, de muerte. Pero, también, noventa años de pasión, de felicidad, de ilusiones, de vida. De triunfos. De épica. Larga vida a nuestra plaza de toros. Larga vida a la tauromaquia.