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El miedo

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Javier Lizaga

El jueves por la noche, unas horas después del crimen de Andorra, la noticia era el miedo. Los vecinos de un tercio de la provincia se encerraban en sus casas sin saber dónde estaba un animal que no tenía inconveniente en matar. La noticia se les escapó a todos los periódicos nacionales que sólo han reaccionado días después, acordándose de Teruel, como siempre, para hablar de sus desgracias.

Cuando trabajaba en la radio fue la primera vez que informé sintiendo un vacío. Me habían llamado a las 2 de la mañana para decirme que un amigo había muerto en un accidente de tráfico. A las 7 de la mañana cuando encontré sus siglas en el boletín informativo, como había hecho mil veces con otras siglas, con otros accidentes, las leí, pero pesaban y dolían.

Para ser capaz de contar el miedo, el jueves había que estar allí, en Andorra. Haber dejado a tus hijos llorando porque habían oído que había muertos y tú te marchabas, como me relató la alcaldesa de Andorra. Los compañeros que estuvieron cuentan cómo tuvieron que ir a buscar las llaves del hotel a casa de la recepcionista. No les empujó la valentía, sino el deber. El mismo que nos lleva a cruzar un temporal de nieve. 

Jose Luis Iranzo no era para nosotros tampoco un nombre. Lo conocí en 2006 cuando le inquirí a su abuelo si es que nadie seguía sus pasos y orgulloso me dijo que hablase con su nieto. Pensé en mi abuelo y le hice caso. Conocí a un joven afable, seguro, contento y enamorado de lo que hacía. Nos hemos vuelto a ver muchas veces y ya saben cómo actúa la buena gente, siempre está ahí. Andorra es así. 

Para Bauman, una de las mentes preclaras del fin de siglo, nos han cambiado el estado del bienestar por el estado del miedo. Ya no nos preocupan los desamparados sin trabajo, a quienes tildamos de vagos, sino nuestro culo y así nos convencen para llenar las calles de cámaras o espiar nuestras vidas. No se confundan. Estos días, he sentido mucho miedo, mucho. Pero también que hay personas que justifican trabajar en esto. No sólo José Luis, sino también cada uno de los guardias civiles anónimos que también habían dejado a sus familias estremecidas esa noche.