Síguenos
Verde y con asas… y otras pedradas que enseñan Verde y con asas… y otras pedradas que enseñan

Verde y con asas… y otras pedradas que enseñan

banner click 236 banner 236
José Iribas S. Boado

Hace un par de meses, en plena tertulia con universitarios -debate largo, calor incluso en Pamplona, vasos de agua- solté con toda convicción: “¡Verde y con asas!”. Hubo un silencio espeso. Alguno parpadeó como diciendo: ¿y este qué enseña, botánica o cerámica? Confieso que, al verles las caras, me entró la duda. Pensé: “José, ¿será un dicho solo de tu pueblo?”. Ya me veía trending topic por innovar el refranero.

Menos mal que Google me confirmó que la locución existe: “verde y con asas” equivale a “blanco y en botella”. Lo puedes comprobar. Me salvé;  pero la escena me dejó rumiando sobre expresiones raras y sobre las pedradas que, a veces, te cambian la ruta.

Ahí va una de las buenas. Roma. Época de Don Bosco. Éste recorre en carromato una barriada de mala fama cuando un chaval le lanza una piedra. Crack. Cristal roto. La comitiva se detiene. Cualquiera de nosotros habría soltado un exabrupto. Él no. Baja del vehículo, observa el panorama y sentencia: “Aquí fundaremos nuestra obra”. Donde otros ven una agresión, él vio una necesidad. Esa pedrada señaló el solar donde se levantaría la futura dotación salesiana que, todavía hoy, forma y acoge a chavales con casi más problemas que futuro. Bueno: el futuro lo tienen ganado con los salesianos.

No se me ocurre mejor ejemplo para los tiempos que corren

-y para nuestros residentes, que se están entrenando en el arte de vivir- que esta capacidad de transformar la ofensa en oportunidad. Porque la vida universitaria, por mucho horario que lleve, va de eso: aprender a encajar “pedradas” (suspensos, desencantos, contratos que no llegan) sin devolverlas a nadie, y aun así intentar construir algo bueno con esas piedras.

Lo primero que hace falta es cambiar el centro de gravedad. Cuando te golpean, el instinto grita: “¿Por qué a mí, por qué yo?”. Don Bosco sin embargo preguntó: “¿Qué le pasa a él, qué necesita?”. Pura geografía interior: desplazas el eje del yo al otro y el golpe adopta otra lógica. No es ingenuidad; es audacia moral. Que buena falta nos hace.

Lo segundo: tenemos que convertir la teoría en práctica. Si un chaval de Trastévere necesitó lanzar una piedra para ser escuchado, quizá hoy un alumno necesite suspender dos veces la misma asignatura para que alguien le pregunte qué le duele. Estar atentos, ofrecer escucha y afecto y algo de tiempo fuera de agenda: ahí empieza toda pedagogía seria.

Quede dicho: si mañana te cae un guijarro inesperado, antes de indignarte revisa si no será la forma más gráfica que tiene la vida de darte una pista. Porque eso -créeme- es blanco y en botella. O verde y con asas, según se mire…