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¡Viva los hidratos! ¡Viva los hidratos!

¡Viva los hidratos!

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Javier Silvestre

Vivimos atrapados en una ideología Keto. La popular y restrictiva dieta que siguen millones de personas en todo el mundo para adelgazar se ha instalado ahora también en nuestra forma de digerir lo que pensamos. Somos radicales: todo lo que lleve hidratos hay que desterrarlo de nuestras vidas. Un poquito de proteínas y, eso sí, bien de grasa mental. El objetivo: definirse ideológicamente.

Recuerdo haber hecho la dieta Keto real (la alimentaria) alguna vez y pensar aquello de “esto no puede ser sano”. Más tarde, grabé un reportaje de Equipo de investigación que demostraba que, efectivamente, lo extremo, a la larga, pasa factura al cuerpo. Eliminar por completo los hidratos de carbono no es saludable. Pero, ¿a quién le importa eso si en tres o cuatro semanas empezamos a perder peso y a notarnos más fibrados? Y todo esto… ¡Atiborrándonos a filetes de carne!

Es una dieta que engaña. Promete que no vas a pasar hambre, que bajarás kilos de forma rápida y que tu cuerpo se adaptará tras un proceso de “transición” sin los hidratos. Pero claro, como en todo lo que parece milagroso, hay contraindicaciones: dolores de cabeza los primeros días, una falta de fuerzas constante, cansancio generalizado, la posibilidad de desarrollar algún problema hepático y, lo más desagradable, una capacidad ilimitada de generar flatulencias capaces de evacuar la plaza de Torico en plena puesta del pañuelico.

Mucha gente se ha apuntado a la dieta Keto ideológica, aunque no son conscientes de ello. Han decidido apartar los denostados hidratos de su mente y quedarse sólo con la proteína y la grasa mental. La proteína, en este caso, es el discurso que dan algunos partidos políticos, en pequeñas cantidades, para afianzar nuestra masa muscular cerebral. Y la grasa, empalagosa y peligrosísima, nos la proporcionan los satélites mediáticos que intensifican el discurso político hasta límites que pueden taponar nuestras redes neuronales.

Las instrucciones de la dieta Keto alimentaria son claras: “nada de hidratos, come unas pocas proteínas, pero hártate de grasa”. No pasa nada, “la grasa es buena y tu cuerpo sabrá deshacerse de ella mediante la creación de los llamados cuerpos cetónicos que se expulsan por la orina dejando cierto olor que recuerda al zumo de manzana”. En la derivada de la Keto ideológica es lo mismo aunque la forma de desechar tanta grasa es el odio, el rencor y la violencia en todas sus formas posibles.

El atracón de grasas mentales que muchos consumen a diario les pasa factura a nivel personal, laboral y social. Acaban rodeándose de gente que sigue su misma dieta, que retroalimentan el mensaje de lo “sana” que es. Terminan leyendo sólo publicaciones en redes sociales que reafirman que su ideología Keto es “la única verdad existente”, que las otras dietas simplemente son “dañinas” y quienes las consumen, directamente, no tienen criterio alguno.

Yo ya superé la dieta Keto real hace años. Me di cuenta de que no merece la pena vivir sin hidratos… y menos aún estando malhumorado todo el día y tirándome unas ventosidades que podrían ser consideradas como “fuga radiactiva”. Volví a comer con mis amigos de siempre, a leer qué otras dietas menos radicales podían venirme bien para bajar ese kilito de más que cogí en Navidades y -lo más importante- aceptando que cada uno puede comer lo que quiera, pero que la mejor dieta es la equilibrada. 

Los seguidores de la dieta Keto ideológica están en pleno subidón ahora mismo. Se toman su radical forma de pensar como un reto personal, como una superación, como un estilo de vida. Saben que tanta grasa les está amargando la vida y que les pasará factura; que cada vez pueden hablar con menos gente, ver menos programas de televisión, leer menos periódicos… porque todo les molesta. Sólo los otros iluminados que siguen su régimen están a la altura de mezclarse con ellos. Se sienten poseedores de una verdad que el resto desconocemos. 

¡Pobrecicos! Porque la dieta Keto (la real y la ideológica) sólo tiene una salida: el fracaso. Cuanto antes sean conscientes de que todo su esfuerzo es perjudicial y de que el efecto rebote es inevitable, antes volverán a saborear el mudo. No se olviden: en los hidratos está la glucosa de la vida. ¡Viva los hidratos!

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