Somos seres sociales indefensos. Por muy chulo que te creas, por muchos músculos que gastes y desarrolles en tu gimnasio benevolente y dorador de píldoras. Por muy inteligente que te creas. Por muy orgulloso o poderoso que se crea caudillo de su zona de confort. Somos indefensos, estamos indefensos, somos seres únicos e inigualables que necesitan siempre a otro para seguir viviendo.
Puedes irte a vivir al desierto. Puedes encerrarte en tu biblioteca para siempre. Puedes ser el futuro Napoleón saliendo de Elba. Puedes carecer de la realidad más apremiante y directa. Siempre, siempre, siempre, dependerás de alguien.
Al final acabarás yendo a una ventanilla de Hacienda, y alguien con los morros brillantes del aceite de la tortilla te tocará en gracia y tendrás que apechugar. Acabarás pasando por el urólogo porque a cierta edad es importante revisarse la próstata. A partir de los cincuenta es de interés hacerte una colonoscopia, y dejas tu culo en manos de profesionales de los culos. Una táctica que a veces funciona es hacerte el tonto y dar gracias por cualquier chorrada, que vean que eres un inútil que en esos momentos no sabe hacer nada. Dar un poco de pena, rebajarte, descubrirte y afirmar con tus ojos graciosos y húmedos que eres solo un tontolaba.
Sientes indefensión absoluta cuando la Guardia Civil te para en una rotonda aunque sepas o creas saber que tienes todo en regla y que el último copón de cerveza te lo tomaste ayer.
Y cuando llegas a la ITV rezas a dioses que desconocías para no tener que volver y que en el taller te jodan otra ronda más a tu costa. Y entonces ves que un zagal con un polo donde pone ITV te sonríe. Y te acuerdas que es Jesús y que le suspendiste en cuarto y repitió porque no había manera; era un zoquete. Y te creías que no iba a sacarse ni una triste FP Básica. Y entonces toda tu vida depende de un mecánico de la ITV al que suspendiste en otra década y en otro lugar. Porque tiene un traje o un uniforme que dice que allí pintas menos que Pichorras en Pastriz.