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Loquillo Loquillo
EFE

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Víctor Guiu
Hay artistas, obras, libros, que te pueden cambiar la vida. No era yo un tipo muy lector en mi primera adolescencia, aspiraba a cosas absurdas o no aspiraba a nada, pero siempre tuve profesores que me abrieron muchas puertas que por mí solo nunca hubiese abierto. En esta actualidad donde todo se tiene que amoldar a emociones y deseos casi resulta impensable, aunque se intente.

Chulería y amor por la cultura y por los grandes, pero también con una imagen de ley, actitud de R&R y con ese sentimiento mediterráneo de los que derramamos lágrimas en el momento menos pensado. Imagen de caballero y de autenticidad. Cuántos nos imaginamos en esa tesitura de crear y ser admirado. Acompañado en el amor, el desamor, la lucha, la ética, la estética.

Podría haber optado por la “máquina”, que era algo así como el reggateon de aquel entonces. Difícilmente hubiese conocido a Goytisolo, a Elvis, a Paco Ibáñez, a Gil de Biedma y a tantos otros. Difícilmente hubiese escrito sencillos poemas de amor o me hubiese comido la cabeza porque en el mundo, el conocimiento y la cultura es un arma que alimenta el alma pero que también te puede destrozar anímicamente. Todavía guardo una entrevista a Pérez-Reverte en la que se refería con respeto a Loquillo. No iba desencaminado si esto era así.

No conozco a José María Sanz, aunque me gustaría. Pero me importa poco, porque ha hecho más por mí, sin quererlo, de lo que nunca hubiera pensado. Cuando doy mis clases y hablo, y hablo, y hablo… pienso si todo aquel saber, aquellos intereses que uno intenta descubrir a los alumnos, queda en ellos y les anima a crear, a sentir y a valorar la Cultura con mayúsculas, como puerta para el descubrimiento, el criterio y la elegancia.

Los referentes y los recuerdos aparecen cuando menos te lo esperas, en la vida y en la muerte. En las bodas, en los compromisos, en las fiestas con los amigos, en la soledad del despacho. También cuando, agarrado de la mano de mi madre, eternos los últimos días de su agonía, le ponía música del Loco porque creía que, si era capaz de sentir aquellas canciones, imaginaría que estaba yo allí a su lado.