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Víctor Guiu
La dejadez ciudadana por la educación pública se hace cada vez más visible. Por supuesto que toda la comunidad, empezando por familias y profesores, deben poner de su parte, pero son demasiadas las veces en las que parece que muchos padres se conforman con que su hijo titule, sin importar si aprende o no aprende. En los casos imposibles (sí, los hay, porque hay críos que no quieren hacer nada), los familias se conforman con que los cuidemos para no tener que aguantarlos por casa. Ese es el nivel. Si ya nos salen con los disparates madrileños que confunden tocino con conciliación, el paso firme hacia la guardería de adolescentes no tiene retorno.

Y digo esto porque hemos tenido que sufrir una incesante propaganda política a comienzos de septiembre explicando, sin decir nada, las excelencias de la nueva ley educativa. Los mismos firmas que parieron las logses vuelven a errar el tiro pero, como siempre, tienen la fuerza mediática para vender humo con frases rimbombantes y vacías.

Cuando hablan de que va a ser todo más competencial y menos memorístico mueren millones de gatitos en el mundo.

Bajo esa y otras mentiras repetidas hasta el extremo, los medios dejan algún segundo para que alguien ponga en duda el nuevo dogma educativo. Prensa y televisión aparcan lo de contrastar opiniones y venden el reportaje gubernamental de turno.

Les aconsejo hablar con los profesores que conozcan y les preguntan qué piensan. Yo conozco a pocos que estén de acuerdo ante tal ataque a la razón y la inteligencia. Igual soy un poco raro.

El papel, con un lenguaje enrevesado, como una paja colectiva disfrazada de falso progresismo, lo aguanta todo.

Cuando oigan hablar de innovación en su colegio o IES, huyan lo más rápido posible, si pueden. También pueden dejar a sus hijos allí, porque tienen que ser felices y son únicos e inigualables. No vayan a interesarse por lo colectivo y por el conocimiento y la memoria, y vayamos a liarla. Así, los poderosos, siempre vivirán más tranquilos.