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Javier Sanz
Tras la desaparición del Imperio Romano de Occidente, sus habitantes mantuvieron las costumbres romanas al tiempo que incorporaban otras nuevas llegadas con los pueblos germánicos que se asentaban en los antiguos dominios imperiales. Estos cambios se reflejaron en las mesas, donde el vino romano y la cerveza venida del norte se complementarán para satisfacer a los habitantes del Medievo. No hubo competencia, eran mercados distintos: al norte de los Alpes bebían cerveza y al sur vino.

En el norte, la cerveza era bebida de rudos guerreros para festejar el triunfo y la prosperidad y, además, se consideraba un alimento. Hay documentos del siglo XIV en los que se recomienda incluir una jarra de cerveza o un plato de sopa en los desayunos, incluso para los niños. Los ingredientes principales de esta sopa de cerveza eran la propia cerveza, huevos y pan.

Se pone al fuego una cazuela con cerveza y cuando está caliente se añade mantequilla. Una vez derretida la mantequilla, se retira del fuego y se mezcla con un par de huevos batidos. Se remueve la mezcla con energía y se añade una pizca de sal. En el plato donde se va a servir se pone una rebanada de pan y se vierte la mezcla de la cerveza.

En la Inglaterra del XVIII, la sopa de cerveza era un plato familiar y se consumían hasta tres litros al día. En las regiones nórdicas, los dos alimentos básicos eran el pan y la cerveza, por este orden. De hecho, el médico alemán Johann Placotomus escribió:
[…] las personas de ambos sexos y todas las edades, los sanos y los enfermos por igual la requieren (la cerveza).

Federico el Grande, el emperador alemán que gobernó Prusia entre 1740 y 1786, fue un gran promotor de la cerveza. En 1777 proclamó la defensa de la cerveza frente al café:

Es repugnante el aumento de la cantidad de café consumido por mis súbditos y la cantidad de dinero que sale del país en importaciones. Mi gente tiene que beber cerveza. Su Majestad fue criado con cerveza, lo mismo que sus antepasados y los oficiales. Muchas batallas se han librado y ganado por los soldados alimentados con cerveza y el rey no cree que los soldados bebedores de café puedan soportar las dificultades o derrotar a sus enemigos en el caso de una nueva guerra.

Y por si esto no fuera suficiente, era más seguro el consumo de una bebida como la cerveza que el agua misma. El proceso de fermentación de la cebada destruye la mayor parte de las bacterias nocivas y otros gérmenes que pueden contaminar el agua. Así que la cerveza era una bebida mucho más salubre que el agua.

¿Quién estaba detrás de su elaboración? Pues como casi todo en la Edad Media, la Iglesia, que mantuvo en secreto su receta hasta el siglo XI y que, además, tenía el monopolio absoluto del comercio. La primera cerveza que elaboraron los monjes era la cervesia monacorum, hecha con agua, cebada, levadura y gruyt o gruut (una mezcla de mirto, frutos del bosque y romero silvestre que le daba un sabor picante). Nadie sabía qué hacer con esos ingredientes, salvo los monjes. La abadía de Sankt-Gallen, en la actual Suiza, fue de las primeras abadías que la comercializó. Hay constancia de que en el siglo X elaboraban tres variedades:

prima melior: de agradable sabor, estaba reservada para las altas jerarquías eclesiásticas y los nobles.

la secunda: igual que la anterior, pero de menor graduación. La bebían los monjes

la tertia: la más suave de todas y con menos ingredientes que la prima melior. Destinada para el consumo de pobres y peregrinos

Pero a la Iglesia se le acabó su “chollo” con la guerra del lúpulo. Con el crecimiento de las ciudades, y la facilidad de transportar y comprar bienes de toda Europa, llegó el lúpulo para la elaboración de la cerveza con el único objetivo de arrebatarle el monopolio a los monjes y su gruyt. El lúpulo ya se usaba mucho antes, pero como hierba medicinal que se caracterizaba por su buen sabor. De hecho, la llamaban “la medicina que sabe bien”. El golpe fatal para el monopolio de la cerveza de los monjes se lo dio el apoyo del poder civil a la producción de cerveza con lúpulo. Lógicamente, este detalle tenía una explicación muy simple y crematística: los monjes no pagaban impuestos y la elaboración con lúpulo de los cerveceros sí estaba gravada. Al final del siglo XII, la explosión urbana otorgó el control total de la industria cervecera a los artesanos y las autoridades civiles fijaron la composición de la cerveza tal como se consume actualmente: malta de cebada, agua, lúpulo y levadura.