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La esclava que acabó con los sueños de los europeos durante la Séptima Cruzada La esclava que acabó con los sueños de los europeos durante la Séptima Cruzada

La esclava que acabó con los sueños de los europeos durante la Séptima Cruzada

Javier Sanz

Siendo una esclava, es normal que no sepamos nada de nuestra protagonista hasta que pasó a formar parte del harén de As-Salih Ayyub, hijo del sultán de Egipto Al-Kami. Solo os puedo anticipar que era hermosa, por el hecho de ser elegida para ser una de las esposas del futuro sultán y por el nombre con el que la historia la conoce: Shajar al-Durr, Árbol de Perlas.

Aunque pueda parecer lo contrario, por el hecho de ser hijo del sultán, la vida de As-Salih no fue un cuento de “Las mil y una noches”, hasta el punto de que fue moneda de cambio para garantizar la firma de un acuerdo con los cruzados y, por ello, estuvo durante un tiempo retenido en el campamento cristiano. No sabemos si el detalle de que su padre lo utilizase como aval influiría en sus posteriores decisiones, pero la verdad es que relación entre padre e hijo fue de todo menos cordial. Al-Kami, oliéndose el pastel y sospechando que su hijo le estaba haciendo la cama mientras urdía un plan para derrocarlo, lo exilió a Damasco vendiéndoselo como que era el futuro y que tenía muchas posibilidades de convertirse en el lugar más próspero de Oriente (o algo así).

Y allí se fue, a regañadientes, con sus cosas y su harén, en el que ya estaba Shajar al-Durr. ¿Y qué se encontró al llegar? Pues a su tío, por parte de madre, que lo recibió en la puerta con una sonrisa más falsa que “enhorabuena eres el visitante 1.000.000 y has ganado un Iphone”  y unas ganas locas de mandarlo al carajo. Allí olía a conspirador que echaba para atrás, y su tío no tardó en repetir la operación y lo mandó donde Cristo perdió el mechero o Mahoma la chancla. Abandonado a su suerte -bueno, con su harén-, hasta que la rueda de la diosa Fortuna comenzó a girar en su favor.

Oveja negra

En 1238 murió su padre y legó Egipto al hermano mayor de As-Salih, Damasco a su tío y a la oveja negra de la familia unos kilómetros de desierto. Y esa fue la gota que colmó el vaso... y comenzó a conspirar, ahora sí, para derrocar a su hermano y a su tío. Mientras estaba tira a afloja con su tío y gestionando la búsqueda de aliados para tomar Egipto, el ejército se levantó en armas y derrocó a su hermano (parece que alguien pusilánime y débil de carácter). Y no solo eso, además le ofrecieron el trono, ahora vacante, a As-Salih. En 1240 hizo su entrada triunfal en El Cairo y allí, al poco tiempo, Shajar se convirtió en su segunda esposa. Detalle importante, porque significa que el hijo que el sultán tuvo con la primera estaba delante en la línea sucesoria del que al poco tiempo tendrá ella. Pero no adelantemos acontecimientos.

Aunque ya estaba en el poder, todavía tenía varios frentes abiertos, tanto dentro (los partidarios de su hermano derrocado) como fuera (Damasco y su tío). Así que, necesitaba una fuerza de choque leal para fortalecer y cimentar su poder. Para ello, echó mano de la billetera y contrató (o compró) un ejército de mercenarios un tanto especiales: los mamelucos, esclavos guerreros, en su mayoría de origen eslavo, islamizados, instruidos y liberados, si bien quedaban sujetos a la autoridad del sultán por lazos de servilismo.

Grupo armado

Con este grupo armado, instruido y obediente, consiguió derrotar a su tío y, a la vez, importunar a algunos territorios cristianos que en aquel batiburrillo de extraños compañeros de cama eran aliados de su familiar. Hasta el punto de saquear Jerusalén y echar por tierra la frágil paz que su padre consiguió firmar con los cruzados. Lo dicho, que As-Salih la lió parda y se convocó una nueva Cruzada en Europa (la séptima), en esta ocasión liderada por Luis IX de Francia. Esta vez, su objetivo no sería Tierra Santa, sino el delta del Nilo para usarlo como trampolín hacia el resto del Medio Oriente o para utilizarlo como moneda de cambio para recuperar las plazas perdidas por los cristianos.

En 1249 los cruzados desembarcaron en Egipto y tomaron la ciudad portuaria de Damieta. Y aquí le pilló al sultán con el pie cambiado, porque estaba sofocando una revuelta en Siria y, además, no en muy buenas condiciones físicas. De hecho, ordenó regresar a Egipto, pero él ya no llegó con vida, aunque esto solo lo sabían Shajar al-Durr, el médico del sultán y un par de eunucos que lo atendían. Shajar sabía que si la noticia se hacía pública cundiría el pánico entre los suyos y envalentonaría a los cristianos, así que prohibió (sutilmente) que la noticia de su muerte saliese de allí y comenzó a organizar la defensa. Haciendo creer que las órdenes las daba el sultán y que los documentos eran firmados por él, Shajar cambió la suerte del reino y no solo fue capaz de parar a los cruzados, sino que les infligió una estrepitosa derrota e incluso consiguió hacer prisionero al rey de Francia.

Ahora sí, ya se podía anunciar la muerte del sultán. Y este detalle tuvo dos consecuencias inmediatas: la primera que Turanshah, el hijo del sultán con su primera esposa y no el que tuvo con Shajar, sería el sucesor, y, la segunda, que los mamelucos del sultán, la punta de lanza del ejército egipcio, se dio cuenta de la valía de aquella mujer. ¿Y qué hizo el nuevo sultán? Pues cagarla desde el principio, porque, sin estar por allí, se atribuyó el mérito de la victoria y, lo peor de todo, comenzó a poner a sus amiguetes en los puestos relevantes, incluso en el ejército. De esta forma desplazaba a los mamelucos del círculo de poder, y eso fue una gran cagada.

Sultán muerto, sultán puesto

En 1250 lo asesinaron. Y a sultán muerto, sultán puesto o, mejor dicho, sultana, porque los mamelucos nombraron sultana a Shajar al-Durr. Una esclava sultana, ¿qué os parece? Pues que se puso a gobernar. Devolvió a Europa al rey francés, previo pago de un importante rescate y la devolución de algunas plazas, y, junto a los mamelucos, comenzó a ordenar aquel batiburrillo. Pero un pequeño detalle hizo saltar por los aires aquel plan que, la verdad, pintaba muy bien: era una mujer en una sociedad musulmana. El califa de Bagdad, principal autoridad religiosa, rechazó su nombramiento. Así que, tras apenas tres meses, renunció al cargo y fue nombrado sultán Aybak, un comandante mameluco.

Por lo menos en la teoría, porque en la práctica fue muy distinto. Se casaron y Shajar al-Durr mantuvo las riendas del poder, mientras su marido se encargaba del ejército. Y así pasaron los días y Egipto fue prosperando, prosperando... hasta 7 años después cuando la faraona movió la siguiente ficha. Al igual que el gato escaldado huye del agua fría, la sultana no quería que se volviese a repetir lo ocurrido con Turanshah, y le pidió a Aybak que se divorciase de su primera esposa.

El esposo intentó explicar que ella era la niña de sus ojos y que no se preocupase por la primera. Él, creyéndose el sultán, que en teoría lo era, y de que llevaba los pantalones, hizo caso omiso. Craso error. A los pocos días el sultán aparecía muerto en su cama por una extraña enfermedad. Y así hubiera quedado la cosa de no haber sido por Umm Ali, la primera esposa, que, aunque había perdido el favor de su marido, todavía conservaba muchos sirvientes fieles que le informaron de la realidad: el sultán había sido asesinado por la otrora esclava. Viendo peligrar su vida y la de su hijo, ordenó a los suyos que eliminasen a la sultana porque todos ellos peligraban.

Se reunieron los sirvientes y la asaltaron en sus aposentos atacándola con zuecos de madera hasta matarla. Cuenta la leyenda que arrojaron su cuerpo a un foso exterior donde permaneció durante tres días, donde fue despojada de sus ropajes y de su dignidad por los carroñeros, tanto animales como humanos. Leyenda o realidad, fue enterrada en una tumba, no lejos de la Mezquita de Ibn Tulun en el Cairo, hoy mausoleo Shajar al-Durr, una maravilla arquitectónica y un tributo duradero a su legado en cuyo interior hay un decorado con un mosaico en forma de árbol con incrustaciones de nácar (la Reina de las Perlas).

Con Shajar al-Durr se puso fin en Egipto a la dinastía ayyubí y comenzó el gobierno de los mamelucos durante más de dos siglos.