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¿Por qué en Mali no son extraños apellidos como García, Esteve o León? ¿Por qué en Mali no son extraños apellidos como García, Esteve o León?
Cuadro de Gabriel Puig Roda sobre la expulsión de los moriscos

¿Por qué en Mali no son extraños apellidos como García, Esteve o León?

Javier Sanz

Casi todos los días, y sobre todo en los meses de verano, tenemos noticias de inmigrantes africanos intentando acceder a la Península ibérica saltar las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla o a través del mar, con pateras que apenas soportan el oleaje y en las que viajan hacinados hombres, mujeres y niños, pero hubo un tiempo en el que era el continente africano el que recibía las corrientes migratorias que salían de la Península ibérica. En el año 818, en la llamada matanza o rebelión del Arrabal (del árabe, al-rabad, suburbio), los cordobeses que vivían en el arrabal se echaron a las calles para protestar contra la subida de impuestos del emir Al-Hakam I. La respuesta de este no se hizo esperar, durante 3 días las tropas del emir se emplearon a fondo: el arrabal fue incendiado y arrasado, más de 3.000 cordobeses fueron asesinados -300 de ellos crucificados- y el resto de los habitantes, más de 20.000, tuvieron que huir, en su mayoría a la ciudad de Fez (en lo que hoy es Marruecos) donde fundaron un barrio llamado “la ciudad de los andalusíes”. Otro ejemplo, sería la expulsión de los judíos en 1492, que huyeron a Navarra, a los Balcanes, al norte de África y al Imperio otomano; o la migración que nos va a ocupar, la de los moriscos.

Aunque la expulsión definitiva de los moriscos no se produjo hasta 1609, durante el reinado de Felipe III, con el Decreto de Conversión de 1502, por el que los musulmanes residentes en la península debían convertirse al cristianismo (moriscos) o abandonar la península, ya se produjo una primera migración, aunque pequeña, a África. Muchos recelaban de aquella conversión forzosa y, simplemente, aparente (se creía que en la intimidad seguían manteniendo sus costumbres y religión); además, aparecieron los monfíes (bandidos moriscos) saqueando y asesinando. Los piratas berberiscos vieron que, ahora sí, debían apoyar a los moriscos para herir, en su propia casa, a su mayor enemigo, Felipe II. El grupo se hacía cada vez más numeroso, las autoridades locales no podían hacer nada, profanaron iglesias, se plantaron a las puertas de Granada… y en 1568 estalló la guerra de las Alpujarras. Felipe II mandó a los Tercios, con don Juan de Austria a la cabeza, a sofocar la revuelta. En 1570 fueron derrotados y desterrados de las Alpujarras por el resto de la península. Desde aquel momento, hasta la expulsión, la migración de los moriscos hacia el norte de África fue constante.

Emigrantes

Quien acogió a estos emigrantes nacidos en la península, otrora moriscos, fue Muley Ahmed al-Mansur, sultán de Marruecos. Después de organizar y pacificar su territorio, puso sus ojos al sur del Sáhara, de donde partían las caravanas del oro. Para llevar a cabo su proyecto, Muley Ahmed organizó un ejército de unos 4.000 soldados formado básicamente por mercenarios andalusíes, descendientes de aquellos moriscos que huyeron de España, y de cristianos renegados, equipados con armas de fuego (arcabuces) y cuya lengua materna era el castellano. La expedición partió de Marraquech el 16 de octubre de 1590 dirigida por un hombre de confianza del sultán llamado Yuder.

¿Y quién era Yuder? En una de las muchas incursiones que los piratas berberiscos hicieron en las costas mediterráneas, capturaron a un joven -según algunas fuentes llamado Diego de Guevara– nacido en Cuevas de Almanzora (Almería). El joven fue vendido como esclavo en el norte de África y su amo decidió castrarlo. Los avatares de la vida, su determinación y la conversión al islam, lo convirtieron en hombre cercano al sultán hasta el punto de confiarle aquella misión. El primer obstáculo de aquella arriesgada aventura fue atravesar el desierto por el Tanezrouft, una de las zonas más desoladas del Sáhara, entre las fronteras actuales de Argelia, Mali y Níger, para llegar al reino más poderoso del África negra, el Imperio songhai. Tras varios meses de travesía por el desierto, Yuder y los andalusíes llegan hasta el Níger, y siguiendo su curso se plantaron a las puertas de Gao, la capital. La abrumadora superioridad numérica y el debilitamiento de un ejército castigo por el largo y tortuoso viaje, hacían presagiar una fácil victoria para los songhai, pero nada más lejos de la realidad. Aquellas armas que escupían fuego, a las que nunca antes se habían enfrentado los songhai, diezmaron rápidamente las filas de los aguerridos guerreros; otros muchos murieron ahogados mientras intentaban atravesar el río huyendo de las balas… en apenas dos horas, Yunder había tomado Gao. Su próximo destino: Tombuctú (en el actual Mali), la mítica ciudad de la que Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fasi, conocido como León el Africano, decía en «Descripción de África» (1526):

En Tombuctú se alzan una mezquita extraordinaria y un palacio majestuoso. […] Los habitantes, y especialmente los extranjeros que viven aquí, son extraordinariamente ricos, hasta el punto que el actual rey ha casado a dos de sus hijas con dos de estos mercaderes. Hay muchos pozos llenos de agua muy dulce, y cada vez que el río Níger se desborda, hacen llegar el agua hasta la ciudad mediante acequias. […] Aquí reside un gran número de doctores, de jueces y otras gentes de gran sabiduría, que viven espléndidamente a cargo del rey. […] Y aquí llegan libros y manuscritos desde la Berbería, que son vendidos por más dinero que cualquier otra mercancía. La moneda de Tombuctú es el oro puro, sin acuñar, sin inscripción de ningún tipo.

Tomar Tombuctú todavía fue más fácil. Hasta allí habían llegado las noticias de aquellos soldados prácticamente invencibles y a los que los songhai llamaron los Arma (se supone que por asociación con el grito, para ellos ininteligible, de «a las armas», que proferían aquellos soldados venidos del norte cuando entraban en combate). Aunque aquel lugar ya no se parecía tanto al «Dorado africano» que describió León el Africano, ya que era lugar de paso de las caravanas del oro pero no su destino, Yuder decidió establecerse allí y autoproclamarse gobernador de aquel territorio en 1591. Asimismo, los Arma se convirtieron en una especie de casta o etnia dominante que mantuvo el poder casándose con las mujeres songhai mejor establecidas socialmente. La distancia con el sultán de Marruecos, todo el desierto del Sáhara, le permitió gobernar con cierta libertad, pero receloso de esa autoproclamación y de la posible independencia, Muley Ahmed al-Mansur envió un nuevo gobernador y ordenó a Yuder regresar a Marraquech en 1599, donde fallecería en 1605 sin descendencia –nada raro, si recordamos que lo castraron en su juventud-.

Durante dos siglos, los descendientes de este mestizaje de razas y culturas dominaron, directa o indirectamente, el gobierno de la ciudad y siempre se mostraron orgullosos de sus orígenes. Hoy en día, además de unos 10.000 Arma descendientes directos de aquellos moriscos nacidos en la Península ibérica, se estima que más de 500 palabras de la lengua songhai provienen del castellano del siglo XVI, e incluso algunos apellidos como García, Esteve o León se dan por aquellos lares.

Existió un reino en el África negra en el que se hablaba castellano y estaba gobernado por un eunuco español.