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Quien tenga honor, que me siga Quien tenga honor, que me siga
Grabado que muestra a María Pita, luchando contra el único alférez inglés que logró sobrepasar los muros

Quien tenga honor, que me siga

Javier Sanz

La Armada Invencible o, mejor dicho, Grande y Felicísima Armada o Gran Armada es el término que se utiliza habitualmente para designar a la flota naval que en 1588, y dentro de la llamada Guerra anglo-española de 1585-1604, fue enviada por el rey Felipe II de España para la invasión de Inglaterra, gobernada entonces por Isabel I, con el objeto de derrocarla, instaurar en la isla de nuevo el catolicismo, evitar la ayuda de Inglaterra a la independencia de los Países Bajos (por entonces bajo dominio español) y sofocar los ataques piratas ingleses a las expediciones marítimas españolas y sus colonias. Y de su resultado, ya se ha escrito bastante.

Así que, en esta ocasión, me voy a ocupar de la Invencible inglesa que, apenas un año después, en mayo de 1589, sufrió un desastre mayor que el de la Gran Armada que, eso sí, los ingleses se ocuparon de silenciar convenientemente. Como señala Luis Gorrochategui en su libro Contra Armada, un pacto patriótico entre Francis Drake, el almirante de la flota, y John Norris, en calidad de general de las tropas de desembarco, mantuvo oculta esta historia 450 años. Fue el desastre de la llamada Invencible inglesa (por aquello de devolverles el favor) o Contra Armada, la gigantesca armada -mayor que la nuestra- que la reina Isabel de Inglaterra envió a España tras el fracaso de Felipe II de invadir Inglaterra. A pesar de que “de los  27.667 hombres que formaban la flota inglesa de 180 naves, solo volvieron a reclamar su paga 3.722”, este pequeño contratiempo sufrido por los ingleses apenas se conoce.

A grandes rasgos, consistía en atacar los galeones españoles fondeados para su reparación en Santander tras su fatal aventura en aguas inglesas, saquear la ciudad, dirigirse a continuación hacia Lisboa, provocar la sublevación contra España y poner en el trono portugués a Antonio de Crato, nieto de Manuel I, establecer una base en las Azores para asaltar las naves cargadas de oro de América y, posteriormente, dar el salto al nuevo continente. Casi na... Un plan ambicioso no, lo siguiente. Estaban crecidos y pensaban darnos la puntilla.

Un puerto no tan débil

El 28 de abril de 1589, 180 barcos y 27.667 hombres zarparon de Plymouth hacia Santander. Pero los ingleses sabían que el puerto castellano no era tan débil y Drake tomó la decisión de, para ir  abriendo boca, darse un homenaje en La Coruña, defendida por una muralla medieval, un castillo en el islote de San Antón y apenas 500 soldados. Los ingleses fondearon frente a la ciudad. El 5 de mayo, 1500 soldados ingleses desembarcaron en la costa y sorprendieron a los defensores, a los que no les quedó más remedio que refugiarse tras la vieja muralla. Todos, hombres y mujeres, se levantaron en armas para defender su ciudad. Como los ingleses no estaban por la labor de montar allí un largo asedio que trastocaría sus planes, optaron por la vía de “me llevo por delante todo lo que pille”: excavar una mina bajo la muralla para volarla. Las prisas nunca han sido buenas consejeras, y a los tuneladores les fallaron las cuentas. La explosión abrió una brecha en la muralla y acabó con muchos defensores, pero también los ingleses sufrieron abundantes bajas por el error de cálculo de los suyos. Cuando el humo y polvo se despejó y los oídos dejaron de zumbar, los ingleses asaltaron la ciudad. La explosión había acabado con los defensores que estaban en la muralla y las mujeres, que se habían librado por estar en segundo plano en labores de intendencia, se encaramaron a los muros y lanzaron piedras a los asaltantes. En este momento, María Mayor Fernández de la Cámara y Pita, María Pita como será conocida para la posteridad y viuda desde hacía unos segundos, agarró el arma de un soldado muerto en combate y se lanzó contra el único alférez inglés que había conseguido sobrepasar los muros. Lo atravesó y despeñó su cuerpo junto a la escala por la que había ascendido al grito de...

Quien tenga honor, que me siga

La posición elevada y la bravura de los defensores obligó a retirarse a los ingleses.  Pero el repliegue tampoco iba a ser fácil, porque los coruñeses los persiguieron para darles caza. Incluso tuvieron que desembarcar más ingleses para defender la retirada. El aperitivo de Drake les había costado a los ingleses más de mil muertos y cientos de heridos. Aun así, pensaron que aquello, para su planes megalómanos, no era más que un sarpullido por la picadura de un mosquito, y siguieron adelante hacia Lisboa. Gran error, porque en la capital lusa ya los estaban esperando. Desde el 26 de mayo hasta el 16 de junio recibieron por todos los lados, por tierra y por mar. En su huida, Drake pensó que, por lo menos, debía cumplir uno de los objetivos, y puso rumbo a las Azores. Y, otra vez, fue rechazado. Así que, vuelta a casa con el rabo entre las piernas y pensando qué excusa ponerle a su graciosa majestad.

Se cuenta que Drake y Norris se acusaron mutuamente y estuvieron a punto de llegar a las manos. Al final, en connivencia con la reina, decidieron pasarle la patata caliente al departamento de propaganda para que se encargase de dejar aquella humillante derrota en un quítame allá esas pajas y centrarse en el desastre de Gran Armada española. Junto con el equipo que consiguió llevar a Trump a la presidencia de los Estados Unidos, los mejores profesionales de la historia en esta materia.