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Distopía

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Elena Gómez

Llega la noticia de la prohibición del uso de dispositivos móviles en los colegios públicos durante las horas lectivas y me pregunto por qué esto no se hacía antes. Hablo con padres y profesores preocupados y me cuentan que ya existía una normativa restrictiva pero que es muy difícil aplicar estas medidas cuando los primeros adictos a las pantallas somos los adultos, incapaces de permitir que nuestros niños estén durante unas horas desconectados.

Por ser algo ajeno a mi realidad, me veo incapaz de dilucidar dónde está el término medio en este asunto. Pero el debate está abierto y esto me ha llevado a pensar en las grandes distopías que se escribieron durante la primera mitad del siglo XX y que nos prevenían sobre la deriva de las sociedades occidentales mucho antes de que la tecnología irrumpiera en nuestras vidas. De entre todas, creo que la sociedad distópica que más se parece a la nuestra es la reflejada en la novela Fahrenheit 451, escrita en 1953 por Ray Bradbury.

Esta describe una realidad en la que los libros están prohibidos y deben ser quemados, la publicidad inunda cada rincón de la existencia, todo el mundo anda absorto en lo que ocurre en sus pantallas y nadie se preocupa por contrastar la información ofrecida por el Gobierno. La asombrosa clarividencia del escritor norteamericano me hace temblar. El contenido que hoy nos ofrece internet y los medios de masas nos hace dóciles y receptivos a ideas que no ponemos jamás en duda. Además, la posibilidad de tener todo al alcance de la mano a través de nuestros Smartphones, nos está impidiendo ver con nuestros propios ojos el mundo que nos rodea. Como en el libro, permanecemos absortos, paralizados y sin capacidad de reacción.

Así que, después de estas elucubraciones, me pregunto si la comprensión lectora de los jóvenes mejoraría ofreciéndoles más libros que les resultaran interesantes y de rabiosa actualidad, y se les incitara a pensar por sí mismos en lugar de darles todos los caprichos o, en su defecto, poniendo prohibiciones que nosotros mismos no entendemos.

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