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Cola y fiesta Cola y fiesta

Cola y fiesta

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Javier Lizaga

Vi la escena al pasar, toda una cola de gente, hasta la calle, llamaban a una muchacha que había asomado la cabeza en la oficina bancaria y había huido. Le decían que el cajero estaba libre, como cuando en Urgencias te permiten arrastrar tus dolores hasta el mostrador. En El lado oscuro del corazón un desalmado esperaba todo su turno en un banco para recitar un poema al dependiente. Ahora lo surrealista es cuando te comes toda la cola y el tipo te indica que imposible y te saca de la mano al cajero, con la elegancia de los que llevan el perro al pipican.

Sospecho, desde hace días, que estamos pagando las vajillas que nos regalaban. Al fondo del banco tenían una montaña de cajas, una semana te regalaban la vajilla, otra el edredón, el juego de ollas a la siguiente y casi te jodía no tener casa (¿Quién quiere una hipoteca?). Te lo regalaban por meter dinero en tu cuenta y ellos mismos, con toda honestidad, te contaban el truco: “lo dejas 3 meses y lo vuelves a sacar”. Ahora por tener una cuenta te cobran de media 140 euros, 240 en el Santander, porque, como han bajado los tipos de interés, ya no trincan suficiente de prestar nuestros ahorros.

Yo no puedo confiar mi pasta a unos tipos que hace diez años se peleaban por ver quien abría más oficinas en muchos pueblos y ahora tienes que bajarte al pueblo de al lado a por pasta y despedimos a 3.000 tipos encorbatados. Solo les envidio porque almuerzan siempre a la misma hora, pero sospecho que el aumento de depresiones, ansiedad y estrés es la cifra con mejor cuota de crecimiento en muchas sucursales.

Te venden seguros, tarjetas sanitarias y hasta dan alguna hipoteca. Te hacen ir dos días y leer todo en alto para que no alegues que te han engañado y pidas la nulidad matrimonial como la Jurado.  Ya no hay cola cuando se cobra la pensión y te joden 30 euros por tarjeta, las que antes te mandaban a casa sin pedirlas. Y ya sabemos que ni droga ni tarjeta bancaria te sale gratis. Sin micrófonos y en plena crisis le pregunté a un director: ¿en qué momento habían pensado que construir campos de golf en Levante iba a ser rentable? Me respondió, en una metáfora preciosa, que la música había sonado y allí todos se habían puesto a bailar.  Pues que siga la fiesta.