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Javier Lizaga
Mi nivel periodístico se resume en un segundo: España miraba al Congreso votar y mi compañera cámara y yo esperábamos una croqueta en la barra, ni siquiera para degustarla, solo para grabar con detalle ese prototípico churrusque y la enésima ruta gastronómica turolense.

Una repartidora irrumpió y dejó un “a mi lo que me j… es que ayer me fastidiaron la novela”. Quedó patente que no hay dos Españas, hay tres o cuatro, mínimo.

La lesión de Vinicius me puso en guardia. En dos días, había oído que viene una debacle económica, va a haber más inspecciones laborales y se va a romper el país. Tan general todo que estaba tranquilo, como Noé.

Fue un golpe bajo lo de Vini, lo jodido en este país es ser madridista y de izquierdas, lo dice Ignatius. Da paz saber que todo es cosa de Pedro Sánchez.

Gracias a él, por ejemplo, cientos de turolenses bailaron “que la detengan” y enarbolaron banderas europeas, mola, y españolas, lo que Iniesta unió que no lo separe Puigdemont.

Tengo grabada la imagen de un manifestante con una bandera gigante dándole en la cocorota a dos concejales. Bandera bien, sin pasarse.

Rosalía resumió la semana, se nos rompió el amor. Mi podcast favorito, Punzadas, habla de cómo, a veces, nos enamoramos de una idea, una idealización que nada tiene que ver con el pajarraco/ca que tenemos al lado.

Pensé rápidamente en Sánchez-Puigdemont y Feijoo-Abascal.

Los que quieren irse de España han definido al presidente de España, a quien le puede salvar el recurso a la amnistía de su rival.

El amor es así.

Por lo demás, como siempre, los dineros pa Cataluña, pero también, aunque callen, irán para la Comunidad de Madrid, Andalucía, Galicia, Valencia y País Vasco. Al resto, un huevo, como le pasó Herminio.
Da igual si unos u otros. Aunque, a ver si rebajan eso de la jornada y se recupera de un vez Vini.