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Franciscus Franciscus
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Javier Lizaga
En Austerlitz de W.G. Sebald el protagonista se pregunta si, al igual que tenemos citas con el futuro, es posible que las tengamos con el pasado, con lugares y personas ya desaparecidas y conectadas con nosotros. Javier Peña atribuye este poder a la literatura, que, a través de sus historias, nos abre mundos. Hay historias, como la de Jorge Bergoglio, que se cuentan en los periódicos. Perfiles que, como decimos en el sector, llevan semanas en la nevera y, al mismo tiempo, muestran una historia que nos habíamos dejado sin leer.

La de un pontífice que fue de las pocas voces contra “una guerra mundial a pedazos”, como recuerdan en el argentino Clarín. “Si un gay se acerca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo”, se pregunta en un video que puede verse en El País. Si nos acercamos a la naturaleza sin estar abiertos a maravillarnos, se impone la actitud de dominador, consumidor y explotador, escribió en la encíclica donde reivindicó la ecología.

Rechazar la guerra, respetar a los homosexuales y amar la naturaleza. Lo que enseñamos a cualquier niño, dicho en alto y por alguien con poder es, ahora, revolucionario. No le quito mérito, más bien tiene mucho poner en evidencia este mundo de mierda que estamos construyendo entre todos. Donde ya ni nos sorprende que los perros se coman los cadáveres en Gaza. Donde la realidad nos bloquea como la pregunta ¿qué puedo hacer yo?

No les quiero vender nada. No comulgo con una iglesia hipócrita y lenta que sigue sin condenar a quienes abusaron de menores y que en el trato a mujeres y homosexuales va con un siglo de atraso. Pregúntense por qué Bergoglio no visitó España ni Argentina. Meno fatti, piú parole, se titula una de las meditaciones que dejó el Papa en 2015 y podrían aplicárselo los politicastros que hoy lo homenajean. El amor no es una telenovela les decía a los jóvenes. Y puede que la realidad sea un serial barato, por eso se agradece que alguien hable de amor por los demás.