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Javier Lizaga

De dos disfraces vamos camino de otra Vaquilla. Hace poco lo más benigno para el 1 de noviembre era comerte unos huesos de santo de Muñoz, con suerte y previa cola. Los de mi generación pronunciamos, hace años, despectivo ese “es una americanada” y llevamos un lustro vaciando calabazas. Nunca tan implicados como los colegios que, como el Corte Ingles, siempre están dispuestos para una semana fantástica. El frenesí social suele tener viento a favor, siempre que mueva pasta claro.

En marzo una asociación se encontró unas lápidas de hace un siglo tiradas entre los escombros de una zona del cementerio de Teruel que estaba de obras. Le escribieron una carta al gobierno de Aragón que remitió otra a los 731 municipios “instándoles” a no hacer barbaridades, vamos, a conservar las lápidas. El “Círculo de la libertad”, así se llama esta asociación, ha recopilado forja modernista en el cementerio de Monreal, ceramica valenciana en Villarquemado, columnas de rodeno en Santa Eulalia y, sobre todo, historias.

Josefa le pide “perdón” a sus allegados, por ahogarse a los 18 años. A Úrsula le escribe su esposo. A Ramoncito, sus padres. Y Bernardo les dice “Adios” a sus hijos, por si no le oyeron, presa del cólera. En “Todos los nombres” Saramago nos recuerda que nuestra vida se guardará en alguna carpeta. El problema es a quien dirigir otra carta, para que además de las lápidas artísticas se conserve la memoria de quienes pisaron, construyeron y nos permitieron ser lo que somos. “Yo se que existo porque tú me imaginas”, sentenció Ángel González sobre el amor.

María Sánchez levanta un libro de amor a su familia y su pasado a partir de las fotos que cuelgan en las paredes de su casa. Esas fotos que te contemplaban a ti. Guardadas ahora en algun desvan, como la decoración de Jalogüín hasta el año que viene. Bien visto, igual no está mal esta fiesta celta de las cosechas. Aunque hasta para entenderla haya que mirar atrás. Memento mori, decían los latinos, no para hablar de la muerte sino para orientar la vida.