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La central La central

La central

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Javier Lizaga

Solíamos tomar café en Escucha. Aun tengo alguna foto: mofletes y pantalones de lino. No tenía ni puta idea, pero sí 18 años, poco de periodismo, menos de la vida. Así eran mis primeros viajes a las Cuencas Mineras. La chimenea de la central estaba a  unos 150 metros de la cafetería. El destino final solía ser Andorra. Allí se tomaban las decisiones y se preparaban los pollos gordos. Por eso me parece increible que en un mes, justo en su cuarenta cumpleaños, las chimeneas de la central dejen de echar humo. Como el cuento de Monterroso pero, al revés, me levanté y el dinosaurio ya no estaba allí.

Las cosas más obvias son las que más hay que repetir. Solía incidir en mis crónicas, a la mínima oportunidad, que los mineros trabajaban a cientos de metros bajo tierra, imagínenlo, por favor, métanse. Sientan la oscuridad, el miedo, el polvo y acostumbren sus ojos. Me impresionaba que almorzaban una manzana, no querían, me decían, estar allí ni un minuto más de lo necesario. Sus compañeros, privilegiados irónicamente, eran los trabajadores de la central: ruido ensordecedor, temperaturas altas y callos en las manos. 

En las Cuencas Mineras, los jubilados van ahora a manifestaciones como en otros sitios se va al huerto. No se rían. Es paradójico que ahora Endesa haya decidido unilateralmente retirar las bonificaciones que firmó a sus empleados en el pasado. Son demasiadas pistas y palabras rimbombantes que dirían ellos: globalización, externalización, subcontratación, microtrabajo,… Ingrid Guardiola llama a los nuevos currantes “el precariado”. Han perdido los derechos adquiridos, los horarios rígidos y la separación entre familia y trabajo. Mucha oferta de ocio y poco futuro, menos derechos. Zizek lo redondea y explica que somos tan gilipollas que bajo la promesa de libertad: ya no eres un engranaje en una empresa, tienes que ser tu propio jefe, explora tu creatividad… lo que hay es una falta de libertad: un trabajador sin vacaciones pagadas, cobertura médica, jubilación y sin posibilidad de apoyarse en otros, de sindicato. Por eso, cuando les hablen del fracaso del Miner, no atribuyan eso a los cientos de trabajadores que se levantaban a las 6 para currar. Y cuando les hablen de traer nuevos pobladores piensen que igual estos que vinieron con sus sueños hace 40 años se están teniendo que marchar.