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La otra Vaquilla La otra Vaquilla

La otra Vaquilla

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Javier Lizaga

A veces, se me olvida que la gorrinera, el pantalón blanco y el pañuelo son un traje de etiqueta. Me lo recordó Juan Antonio, uno de los miembros de la Agrupación que reúne en Teruel a las Asociaciones de Discapacitados Intelectuales, Atadi. “Aquí (en Teruel) no somos un simple número”, pronunció en su discurso como mantenedores de la fiesta y resumió uno de los dramas de esta sociedad de bien quedas: “No hay que dejar la inclusión en un slogan”.

Alba, a su lado, reclamó después: “No tenemos el espacio o la visibilidad que nos correspondería” y recordamos que nos cuesta tanto decir “te quiero” que, a veces, hasta olvidamos lo que queremos, lo importante. Finalizó así: “Respetar los símbolos no está reñido con adaptarlos”.

Como decía el arquitecto José María Sanz cuando se caían los ladrillos de la torre del Salvador, uno sólo repara lo que considera suyo, sean los azulejos de la cocina, o de la torre con la que convive.

Los únicos símbolos que recuerdo intocables es subir a ver los toros casi soldado a la mano de mi padre. Las tardes de caminata para llegar a la Feria con mis amigos las tengo tan grabadas, como los sábados tarde tirado en un césped a ver si el sol secaba la camiseta amerada de agua.

Recuerdo acercarme con mi abuelo a la Dulce Alianza en los porches y merendar con mi madre y mis tíos en el descanso de los toros el lunes.

Ya ven que chorradas y, sin embargo, son mis tradiciones. Quizá formen parte de la otra vaquilla, la del regañao, los poetas del certamen, los amigos que vienen de visita, la salve o el sorteo de palcos.

Hay tantas vaquillas como vaquilleros, puntualizó Juan Antonio que añadió que “son días para socializar”.

Ya se van nuestras miserias a dormir, decía Serrat, y quizá sea esa la mejor tradición: ser un poco mejores, generosos y respetuosos. Esa es la vaquilla de Juan Antonio y Alba. Y yo me apunto.