

Hay un momento en que el padre de Lea lo comprende. Ha conseguido convertirse en el director del puerto, es un trabajador serio, lo ha sido toda su vida. Entonces llegan las reuniones con el ministro para que aplique las “reformas estructurales”. Traducido: para que despida a todos los gitanos y a unos cuantos trabajadores más.
Él, que vio aliviado como caía el comunismo en Albania, siente que la coacción ahora sólo se ha vuelto indirecta. Si bajo el comunismo la libertad se perdía porque otros le decían qué pensar, qué hacer, donde ir… ahora tenía, de nuevo, que acatar las normas, y aplicarlas, sin pensar al fin al que sirven o a quien perjudican.
Lea Ypi relata en Libre cómo su mundo se va a la mierda, cómo una adolescente no entiende por qué la gente reclama libertad, si en el colegio le dicen que viven en uno de los países más libres. Vivimos, con ella, el éxodo, las protestas, el hambre o su primer viaje al extranjero, donde los niños se le ríen porque no conoce a una rata llamada Mickey.
En clase, le cuentan que los niños negros y pobres no son libres en el capitalismo, sólo los ricos disfrutan de todos sus derechos. Y es a costa de otros, que viven en chabolas y no van al colegio.
El libro de Ypi te mete en otra vida, en la tuya propia, porque hace pensar. A los que vimos caer el muro de Berlín, a los que nos contaron que el “otro mundo” no tenía sentido nos acecha la duda de si éste la tiene.
Con casas que valen 40 años de esclavitud, con agricultores burócratas que cultivan lo que les dicen, con ciudades convertidas en parques de atracciones para turistas, con “sacrificios” medioambientales, con políticos en los que no creen ni ellos. Y aun así, pensar que hay otra opción ha dejado de ser una opción.
Es hasta divertido cuando a Lea, años después en la universidad, le dicen que no tiene ni idea de lo que es el socialismo o Marx. Suele pasar; si te prometen hacerte rico o te acusan de que no tienes ni idea, sospecha.
Él, que vio aliviado como caía el comunismo en Albania, siente que la coacción ahora sólo se ha vuelto indirecta. Si bajo el comunismo la libertad se perdía porque otros le decían qué pensar, qué hacer, donde ir… ahora tenía, de nuevo, que acatar las normas, y aplicarlas, sin pensar al fin al que sirven o a quien perjudican.
Lea Ypi relata en Libre cómo su mundo se va a la mierda, cómo una adolescente no entiende por qué la gente reclama libertad, si en el colegio le dicen que viven en uno de los países más libres. Vivimos, con ella, el éxodo, las protestas, el hambre o su primer viaje al extranjero, donde los niños se le ríen porque no conoce a una rata llamada Mickey.
En clase, le cuentan que los niños negros y pobres no son libres en el capitalismo, sólo los ricos disfrutan de todos sus derechos. Y es a costa de otros, que viven en chabolas y no van al colegio.
El libro de Ypi te mete en otra vida, en la tuya propia, porque hace pensar. A los que vimos caer el muro de Berlín, a los que nos contaron que el “otro mundo” no tenía sentido nos acecha la duda de si éste la tiene.
Con casas que valen 40 años de esclavitud, con agricultores burócratas que cultivan lo que les dicen, con ciudades convertidas en parques de atracciones para turistas, con “sacrificios” medioambientales, con políticos en los que no creen ni ellos. Y aun así, pensar que hay otra opción ha dejado de ser una opción.
Es hasta divertido cuando a Lea, años después en la universidad, le dicen que no tiene ni idea de lo que es el socialismo o Marx. Suele pasar; si te prometen hacerte rico o te acusan de que no tienes ni idea, sospecha.