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Palabras gastadas

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Javier Lizaga
A la pregunta de si a Weber le gustaría el tiktok, me place vincular el crujir de una pantalla de móvil cayendo al suelo. Me dan repelús esos gurús que piden reducir el mundo a videos de 30 segundos, con la excusa de que los jóvenes se comunican así, dejemos abierta la posibilidad de la vuelta al mono. Recuerdo pelearme a cabezazos con algún opúsculo, literal, porque solías quedarte dormido. Varias veces. Consideraba que es lo que llaman comprensión, lectora.

Nada más vibrar el órgano, mi hija me preguntó, inquisitiva como el padre, que por qué sonaba la música de Halloween.

Eso me arrojó diez metros atrás, sin salir de la misma iglesia. Dejé de ver un cura y se me apareció un tipo mayor con movimientos de tortuga, sonrisa bonachona y cuyas frases incomprensibles despertaban un coro de bisbiseos.

Eso sí, pocas conferencias concitan en Teruel más de 50 personas, así que se suponía algo interesante.

El tipo con toga habló de fariseos y escribanos y de la catedra de Moisés, todo muy coloquial. De que no dejes que te llamen Rabí.

Hay que cumplir lo que dicen, leyó, pero no hacer lo que hacen.

Y ahí empezó un sermón, o monserga, donde explicó que ya no hay maestros como los de antes, que maestro es el que es testigo, y que Jesús fue testigo y, por eso, mola mazo. Dudo cuántos llegaron al chis pun.

El texto de Mateo es una maravilla que dibuja a un dios que pide seguir la ley pero no seguir a los poderosos, a quienes repudia.

Predica la humildad y generosidad de hacer, sin esperar nada a cambio, justo cuando ya ni distinguimos el egocentrismo. Un texto que pone la moral, o la ética, por encima de la ley.

Al salir, como cuando era niño, miré el suelo, recordé lo que me sorprendían las marcas y los huecos del desgaste en los ladrillos.

Pensaba entonces que las palabras no se gastaban.