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Quítatela, quítasela Quítatela, quítasela

Quítatela, quítasela

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Javier Lizaga

Tienen que recordar aquel spot, el de un director entrando al gimnasio condón en mano. Ahora sería un enfermero en una sala de urgencias de esas petadas, donde uno lleva el pie colgando y otro estornuda. Diría eso de “he encontrado esto, ¿de quién es?”. En sus manos una mascarilla con pelusa, las gomas ajadas y más sobada que el calzoncillo de un penitente. Ya no me salen billetes de los bolsillos de las chaquetas, solo mascarillas.

A la entrada del ayuntamiento un cartel gigante pegao en una de las puertas parece no dejar duda: “Ponte la mascarilla”. Por respeto, te calzas el bozal, y para aumentar la apuesta, una bedel te echa ella misma gel que huele a escabeche de la abuela. Mientras dura la operación te adelanta, por la derecha, un concejal sin mascarilla. No es el único antro, sigo yendo a ruedas de prensa donde 12 personas con mascarilla escuchan a alguien sin la misma. En las tiendas, sol y sombra, medio tendido con mascarilla, medio sin. En la calle, ese centro aglomerado turolense, sigue habiendo mucha “efepedós”. Los que tienen robado mi corazón son los que la llevan por debajo de la nariz: han sabido a la vez incorporar, con naturalidad, la mascarilla a su día a día y convertirla en algo inútil, el secreto para que perviva, como una de esas gorras que llevan los raperos y Miliki.

Llevamos meses entrenando la estupidez. Quitándonos el casco para ir en moto y pero poniéndonoslo para pasear un ratito a pie, como explicó Jabois. En diciembre un decreto volvió a obligar llevar la mascarilla en la calle, mientras en cualquier bar, de esos de mesa recogidita, el personal nos quitábamos antes la mascarilla que la chaqueta. Con estos mimbres quizá sea tarde para pedir que alguien aplique la lógica en todo esto. La mascarilla puede ser muy útil en caso de personas vulnerables, y muy recomendable para cualquiera que pille, sea la gripe o el covid, algun bicho contagioso.

Ya sé que funciona mucho mejor el palo o la zanahoria, la multa o el “viva españa”, el cachondeo general o la Inquisición. España se resume en la frase de un gasolinero: “Los agricultores se quejan mucho sí, pero hay algunos que a los dos meses estrenan coche y tractor”. Un país de negacionistas de boquilla que luego no sabe muy bien que hacer con la mascarilla.