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Javier Gascó
Hay conceptos que se ponen de moda sin saber del todo bien por qué. ‘Boutique’ es el último que me ha sorprendido. Me aparece hasta en la sopa, ya que ahora todo parece ser boutique. Siempre han existido las boutique de ropa, pero la estrategia de ahora es cambiar el orden y colocarle el apellido ‘boutique’ a cualquier tipo de negocio. Hay gimnasios boutique, despachos de abogados boutique, peluquerías boutique y no me extrañaría que dentro de poco existieran hasta bazares boutique. El caso es que por mucho que lo leía sobre todo al pasear por las calles del centro de Valencia no terminaba de saber a qué se referían con eso de ‘boutique’. Deducía que el concepto algo tenía que ver con la exclusividad, la calidad y esa necesidad de aspirar siempre a algo mejor tan arraigada en ciertas clases sociales, pero no lo tenía claro. 

El colmo llegó este jueves, cuando haciendo un reportaje sobre centros de datos (los monumentales edificios carentes de personalidad en los que multinacionales internacionales almacenarán toda nuestra infomación) me dijeron que en la Comunitat Valenciana los centros de datos que hay en la actualidad siguen el modelo de centros de datos boutique. No pude más. Pregunté a qué se referían con ese maldito concepto que ya empezaba a hartarme. Y la respuesta creo que todavía me encendió más. “Son lugares en los que se tiene en cuenta la atención personalizada, la cercanía y la transparencia”.

Automáticamente la mente se me fue a Teruel. Allí todo es boutique, no porque esté de moda serlo, sino porque esa es su naturaleza. Y encima no se paga más por ese servicio adicional que en otras ciudades -hablo de Valencia, pero creo que el caso sirve igual para Madrid, Barcelona y puede que hasta Zaragoza- se tuvo, pero que se ha ido perdiendo con el paso de los años. En Teruel se mantiene. Y eso hay que cuidarlo, que igual en menos tiempo del que pensamos se le puede sacar hasta rédito económico.