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Don Andrés Don Andrés

Don Andrés

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Javier Lizaga

En una escena de una de mis películas favoritas, el protagonista hace cola durante un buen rato ante la ventanilla del banco. Llega su turno, se acerca sonriente, declama un poema de Girondo y se marcha educadamente. Siempre lo tuve pendiente y me acordé de esto cuando Andrés Calamaro detuvo un momento su concierto para proclamar unos versos que había escrito a la ciudad de Teruel. Incluso puede que algún gilipollas lo haya grabado, pero lo más seguro es que este instante y estos versos se pierdan. Como ha escrito Andrés, en el momento en que los artistas tienen asesores hasta para medir lo que publican en internet, él, palabras más, palabras menos, hizo un concierto. Ya saben, nos contó sus adicciones y aficiones, alabó la piel dura de la “España de en medio” y tocó hasta que no pudo literalmente más y se tiró al suelo.

Don Andrés diría que fue lisérgico. Piensen que hasta Neruda tiene una canción desesperada. Lo jodido no es escribir un poema de amor, sino preguntarse “¿de que país estoy hablando? Las neuronas van marchando. Mucho traje de fajina, demasiada cocaína. Brindo por nosotros dos tarados que les pagamos”. Rimar la vida no la embellece a ella, sino a la poesía, que pasa de lugar común de panolis a hablarte directamente. En Calamaro hemos aprendido que las dictaduras primero hacen desaparecer la ilusión y luego directamente a los ciudadanos, que la patria es un Estadio Azteca celebrando el mundial de Maradona, de quien siempre diremos, por cierto, que “no me importa en que lio se meta, es mi amigo”, en la única definición posible de amistad, sin condiciones.

Las frases complejas sólo simplifican la vida. Hay filosofía en un cafetín de Buenos Aires, “la poesía cruel, de no pensar más en mí…”. Y, por supuesto, no hay poesía mejor que la que canta al desamor: “quedate conmigo, aunque no voy a ninguna parte”, resume la mayor declaración que conozco, y a la vida, “con los parpados pegados, por un sueño postergado”. Realmente esto no es cuestión de música, de recomendar un concierto o de proclamar que el MIL Festival es un auténtico lujo que debemos defender. Es cuestión de vivir. De ser un loco para darse cuenta que el tiempo es muy poco. De vivir intensamente y profundamente. De declamar poemas o decir te quiero. Porque la verdadera gilipollez es no hacerlo.