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Último pleno

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Javier Lizaga

Imaginen que cada decisión de su vida tuviera que repetirse una y otra vez, que su propia vida se repitiera hasta el infinito. Cada decisión tomaría entonces otro cariz. Ya no sería algo pasajero, sino un acierto o, en el peor de los casos, un error que tendríamos que soportar una y otra vez. Así explica el mito del eterno retorno (de Nietzsche) el escritor Milan Kundera. Queda claro, por ejemplo, el efecto perverso e indulgente de la nostalgia, como él mismo dice, no iban a estar tan orgullosos los franceses de Robespierre si la guillotina se montase todos los años. O trasladado a España, no iban a hacer tanto el gilipollas unos y otros, si la dictadura volviera a decir mañana que de opinar libremente nada. 

Uno de los mayores eternos retornos es esto de las elecciones. Casi para poner en duda a Nietszche, porque aquí se repiten las mismas torpezas en forma de promesas y la misma desmesura en cuanto al poder, y como si nada, a nadie le pesa. Pensaba en todo esto el jueves pasado en el último pleno de la legislatura, el de las despedidas, porque ya saben que tengo mucho más respeto a los fracasados que a los triunfadores, a los que se marchan que a los que llegan. Nueve concejales, ni para esto hay mayoría absoluta, se jubilaban.

La primera palabra por la que hubieran tocado la campana las tacañonas es “frustración”. ¿Cómo le ha dejado a usted el cuerpo esta legislatura? 1,2,3 responda usted otra vez. Unos se acordaron de los proyectos que soñaron y dejaron en el cajón, otros “me siento que podía haber sido más útil”, evidenciaban que en la política la capacidad no es siempre lo más valorado. “No tengo nadie que no me dirija la palabra”, resumió un concejal, como si importase más parecerse a Gandhi que la ejecución del presupuesto. Hubo amenazas: “os quedáis sin mis besos” y quedó claro que para quedar bien lo mejor es no pretenderlo. Hubo incluso quien nos tranquilizó con un “he aprendido muchísimo”, como si el ayuntamiento fuera la universidad.  De todos, me quedo con los que se acordaron de sus madres: porque les decían que la política pasa pero las personas son para siempre y porque les enseñaron a reírse y “el humor es un símbolo de inteligencia”. Por eso, éste sería para mí el mejor discurso para empezar la legislatura, el que no habría que repetir.