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Almodóvar

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Javier Lizaga

“Vivo en continua temporada de rebajas. Sexo, lujo y paranoias, ese ha sido mi destino. ¿Quién soy y a donde voy? ¿Quién es él y a donde va?” Almodóvar es tan cabrón que nos ha pasado la responsabilidad. Antes lo cantaba con un cigarro en la mano, a voz en grito y maquillado. Como si las verdades dolieran menos a altas horas de la madrugada. No le hacíamos caso, ya saben, Almodóvar ha sido loca, un pueblerino o un fracasado, como si eso mismo no lo hubiéramos sido todos, España incluida. Calculo que por eso ahora disimulamos que sea un genio, porque tendríamos que hacerle caso y respondernos a dónde coño vamos.

A estas alturas necesito compartir con vosotros Dolor y Gloria. Uno comienza la película pensando que está jugando a descubrir cuánto de la vida de Almodóvar hay en el relato y acaba preguntándose dónde está el chaval que nos contaba el mundo cuando teníamos 9 años. Es decir, cuánto de nosotros hay en nosotros. No voy a destripar la película. Está tan bien hecha que lo de menos es el argumento. Merecería sólo verla para anotar las referencias a películas de cine clásico y actrices (Monroe, Wood) o libros (El orden del día, de Vuillard, o Cómo acabar con la Contracultura, de Costa). 

Todo sucede en el momento en el que dejamos de ver a Banderas para ver a Almodóvar mismo y ya no nos importa si lo que nos cuentan es la vida de Pedro. De ese chaval que emigró de pueblo a pueblo y persiguió su sueño hasta Madrid, con la amargura de los millones que forzosamente tuvieron que elegir entre familia y sueños, pasado y futuro, decían, como si el futuro no fuera un eterno volver, construir una casa a base de tirar abajo otra. Es una película sutil, elegante y hasta cómica, como cuando su madre le explica, en vida, cómo quiere  que la amortajen. Es una pena que el humor manchego todavía no sea asignatura o incluso materia transversal. Mientras pensamos en el destino, la película nos deja una evidencia: estamos hechos de pequeñas costuras. Mañana no recordaremos noticias, ascensos o acontecimientos, sino una simple frase de quienes no están para repetirla. Como si aún tuvieran que convencernos de que fracasar es entender y que la sinceridad es universal, por eso, el argumento importa poco. Esos días jodidos el arte es una buena medicina. No lo digo yo, lo decía Patty Diphusa.