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Autoengaño Autoengaño
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Javier Lizaga
Son esas obras de arte moderno, a veces un poco trabajo fin de curso, otras una excusa para pensar. 100 obras de arte imposibles de Dora García y la 16 (décimo sexta, por favor) “revivir la propia infancia”. ¿Imposible? Si eso lo que hacemos machaconamente, pensé. Sin acordarme de que la infancia no es ese paraíso, adornado y pastoril, sino además un mar de emociones, lloros y frustraciones. Que todo viene bien. Hasta cuestionar hasta dónde llega nuestro autoengaño.

Somos una sociedad de ecologistas que tira cada día una bolsa de basura llena de plásticos. Plásticos para proteger lo precocinado, los tomates que saben a plástico y los yogures light. Mejor no saber dónde o cómo se recicla todo eso (solo el 30% se reciclan en España, según Green Peace). Mejor no sentirse culpable, ¿qué voy a hacer yo?

Uno de los mejores espejos es el turismo. Nadie quiere a los turistas (o igual sí, los que les sacan las perras). Maleducados, exigentes, chillones, protestones y guarros. Muy guarros. 

Nunca hubiera pensado que habría colas para subirse a un trenecito que recorre una ciudad como Teruel. Una ciudad que se te acaba en un paseo. Y un voto por los turistas: en la acera frente a mi casa se mean por igual turistas, turolenses e indigentes. Eso sí, todos miran bien a ver si les ve alguien. Una cosa es ser un guarro, otra reconocerlo.

Total, ¿quién no ha tenido un desliz? Un emborracharse con sus hijos delante, un atontar a su hijo de dos años con un móvil porque molesta, un ponles los dibujos. 

¿Cómo soportar si no esta sociedad de burgueses, pero que no pueden pagar una casa, de guerras que parecen ajenas, de políticos que siempre están de campaña? Pues con un poco de autoengaño. 

Si no a la infancia, por lo menos, se vuelve al pueblo. Donde cada vez hay más negocios que se traspasan y más casas que se arreglan, para el verano, por si acaso. Porque aquí sí que está todo igual. O, al menos, eso es lo que queremos creer.